/ Elena María Molina
Canto aunque no cante. Cuando decidí escribir sobre el tema y puse el título sonreí recordando la canción. Y el tema surgió cuando me pregunté: ¿Quién decide en mí? A cada día y a cada instante. Decidir es un acto de libertad que nos permite ser autónomos. En principio creemos que es la razón y lo que constatamos es que los momentos decisivos jamás nos dan el tiempo de tomar decisiones. Es más, cuando nos tomamos el tiempo para hacerlo, entramos en dos procesos: el uno, examinarnos hasta que llegue la duda que toca hasta lo más profundo de la autoestima y, luego, aparece ese fantasma que se llama el remordimiento. Argumentar nunca garantiza el resultado.
Dudar, elegir, escoger, lamentar, es el mecanismo de la deliberación interior. Y mientras más lo utilizamos, más tensa se hace nuestra existencia y más nos alejamos de la felicidad. Lo que uno también va entendiendo es que por más reflexión que intentemos, siempre se vuelve al pálpito inicial y las decisiones no son tan importantes. Lo que nos toca en el fondo es saber cuál vital y feliz nos permite ser y hacer lo que decidimos.
Pensamos hasta la obsesión, y frente a ella lo único que importa es quién decide, pero valoramos más lo que pensamos que nuestro mismo ser. Lo curioso es que en los momentos más importantes de la vida no hay tiempo para pensar, y decidimos. Siempre hay alguien en cada ser que sabe lo que quiere, que elige sin dudar, alguien sutil con una gran capacidad de responder a cada instante y al que hay que alimentar desde el deseo. ¡El deseo de vida, de ser fértiles en todo lo que hacemos! Porque la realidad es un movimiento perpetuo para dejarnos todo el tiempo para pensar.
Alimentar el ser y nutrir el espíritu. Llenarlo de vida y de las propuestas que la naturaleza nos muestra, es lo que nutre la decisión. Hacerlo es optar por la vida y va a permitirnos bajarle la tensión que siempre conduce al inconformismo y al remordimiento. Nutrir la creatividad conduce a la espontaneidad. Amarse, amar lo que se hace, amar a los demás y el respeto aprendido, es lo que permite que nuestras decisiones, nuestras respuestas, estén llenas de la magia de la justicia, la rapidez del instinto y la luz de la sabiduría. Dice Marquet: “¡Yo no premedité mi acto, pero la necesidad de actuar me encontró listo! A favor de una disponibilidad interior que no perturba ni pensamiento, ni afecto… El pensamiento interviene después para constatar mi fecundidad”.
Vivir en vela intensamente, nutriéndonos de amor, creando, respetando. Porque a cada instante optamos por la vida.
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