La palabra cultura viene del latín ‘cultura’, relacionada con cultus, participio pasado de colere, con un amplio rango de significados, entre ellos: cultivar, habitar, proteger, honrar. Estos sentidos se fueron separando en diferentes nombres: Habitar un lugar: colono. Cultivar la tierra: agricultura. Honrar con adoración: culto. Culto pasó a significar ser humano instruido, cultivado. Finalmente se denominó cultura al conjunto de procesos de desarrollo intelectual, espiritual y estético del acontecer humano (T. Austin).
El concepto de cultura puede ser profundizado desde la antropología, la sociología y la sicología. Ahora lo tomamos en el contexto de la evolución de la conciencia humana. La humanidad vive desde el año 1.413 d.C. la quinta época cultural, época de desarrollo del alma consciente. Las manifestaciones culturales abarcan las artes, la literatura, el teatro y todos los procesos educativos y de desarrollo que cultivan al ser humano o amplifican su conciencia. Estas manifestaciones adquieren matices en cada región y en nuestra época están signadas por el consumo y la velocidad. Veamos una situación donde se relacionan culto y cultura:
Viajamos hace unos días a Valparaíso (Antioquia) para asistir al trabajo realizado por el sacerdote alemán Andreas Loos, en la Corporación Valle del Paraíso. Andreas preside en Cali un grupo para la renovación de la vida religiosa orientado desde la antroposofía. En este trabajo redescubrimos el sentido profundo de culto en dos direcciones: Andreas es un ser humano cultivado, con formación en filosofía, teología, antroposofía, latín y griego, y estudios de teatro en la escuela de Chejov (1860-1904). Y de otro lado vivimos la dimensión de lo cúltico despojado de dogmatismos y con un profundo respeto por la libertad individual.
Andreas realizó un trabajo práctico con 35 personas de la población, sobre la envidia. No dictó una conferencia sobre el tema pero indujo a los participantes a descubrir en su interior el significado de la envidia, trabajando con el teatro de Chejov. Para ello utilizó el texto del evangelio de Lucas 10, 38-42, donde se relata el encuentro de Cristo con Marta y María; María está a los pies del Señor y contempla. Marta está ocupada de las labores y le reclama: “Dile a mi hermana que me ayude en las cosas de la casa”.
Andreas consigue que los participantes tengan una experiencia corporal y anímica de los sentimientos que viven en el alma de Marta y de María y a través del trabajo con esculturas vivas realizadas por los participantes en grupos de tres personas se logra una percepción cabal del concepto Envidia. Llegamos a la posibilidad real de transformar este ‘invidere” (ver con hostilidad o negativamente) en admiración, emulación y fuerza para la conquista de otras cualidades. “La envidia puede consumir un alma, como el fuego creado por una chispa puede consumir un pastizal seco. La admiración crea un espacio fértil en el alma, para esperanzas e inspiraciones” (E. Ferrer).
Mientras preparaba la columna me enteré de la muerte accidental de Santiago Arango Vélez, hijo del médico Jorge Iván Arango y de Ángela María Vélez. Santiago alcanzó a estar cerca de Andreas y sus papás participaron en la experiencia de Valparaíso. Les expresamos nuestra solidaridad y acompañamos a Santiago en su viaje de retorno.
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Cultura, culto y envidia
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