El arte en general y todas las actividades creativas son elementos que fortalecen la salud y la vitalidad y favorecen la longevidad. En el modelo médico ampliado por la antroposofía vemos al ser humano como un ser trimembrado con un polo cefálico (asiento del pensar), un polo metabólico-motor (asiento del movimiento) y un sistema rítmico (en el tórax) que equilibra los dos anteriores. La salud vive en el sistema rítmico. Si respiramos adecuadamente entre el pensar frío y el cálido actuar, entre la quietud y el movimiento, tenemos más opciones de generar salud. Si el ritmo se pierde se imponen los procesos de enfermedad. El arte en general y la música en particular son una manifestación de las leyes rítmicas del universo. Cuando estamos haciendo o escuchando música suceden una serie de fenómenos en nuestro ser que trascienden el escuchar y generan un estado interior de bienestar y equilibrio. Se ha investigado que oír la música que nos gusta, activa una serie de circuitos cerebrales, induce la producción de endorfinas y modula el sistema inmunológico. Es bien conocida la investigación hecha por el Dr. Oliver Sacks (Londres, 1933) sobre las relaciones profundas entre la música y el cerebro humano. El propio Sacks se sometió a un experimento en el cual se demuestra por resonancia magnética nuclear, cómo oyendo la música de J.S. Bach se activan numerosos circuitos cerebrales, en particular los del hipotálamo, la corteza frontal y los centros que integran pensar y emociones.
En varios centros geriátricos de USA se ha observado que volver a escuchar la música de la juventud (crucial el período entre 16 y 24 años) constituye un estímulo poderoso para pacientes ancianos con deterioro cognitivo por diversas enfermedades. “Es como si la música encendiera a estos pacientes, los anima a moverse, a cantar”. Es sorprendente ver la vitalidad con que terminó su vida la recién fallecida cantante Chavela Vargas, quien vivió alentada por la música. Dos ejemplos sorprendentes son Pablo Casals, 1876-1973, violonchelista y compositor catalán, y Albert Schweitzer, 1875-1965, médico, filósofo, teólogo y músico franco-alemán, premio nobel de la paz en 1952. Ambos vivieron hasta una edad avanzada. A Casals lo afectó una artritis reumatoide que le deformó los dedos, pero era sorprendente verlo levantarse cada mañana y dirigirse al piano arrastrando sus pies; un verdadero milagro ocurría allí, cuenta Norman Cousins: “Lentamente los dedos empezaron a desentumecerse, alargándose hacia las teclas, como los capullos de una planta hacia la luz solar. Enderezó la espalda y empezó a sonar el primer preludio del Clave bien Temperado, de Bach. Tarareaba mientras tocaba y al terminar dijo que Bach le hablaba al corazón y que era el compositor de mayor significación para él”.
Schweitzer, al igual que Casals, no dejaba pasar un día sin tocar a J. S. Bach. Tenía dos pianos viejos en su hospital de Lambarene, en el Congo, y allí terminaba sus jornadas de trabajo en una meditación musical que tenía un poderoso efecto terapéutico para él. Recomiendo a los lectores la música de J. S. Bach como un verdadero bálsamo para el alma y como elemento preventivo para el deterioro cerebral. En las prescripciones médicas debería haber poesía y música. Más arte y menos fármacos.
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Creatividad y longevidad
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