/ Jorge Vega Bravo
Los cereales son el alimento arquetípico de la humanidad. La utilización de los cereales en la historia data del 10.000 a. C. La antigua cultura persa empezó a observar que la tierra ya no entregaba lo que el hombre necesitaba y debía ser arada y trabajada. El inicio de la siembra era un acto sagrado y el sacerdote abría el primer surco con un arado dorado y plantaba el trigo. Empezó a florecer la cultura solar y la deidad máxima Ahura Mazdao, fue venerada en el sol radiante. En la cultura griega la madre natura –Demeter- entregó la espiga del cereal a los hombres y su hija Perséfone, que raptada por Plutón permanecía varios meses en el Averno, y era el símbolo de la semilla que, arrastrada hacia la oscura materia encontraba la unión con la luz.
En la cultura romana el cereal tenía una importancia central. Los romanos expandieron su imperio con la ayuda del trigo: cada cohorte llevaba un molino de trigo y los soldados tenían una ración definida. Muchas culturas en los diferentes continentes florecieron alrededor del uso y cultivo de uno o varios cereales. Asia y Oceanía alrededor del arroz; América del maíz. En el norte de Europa celtas y eslavos se desarrollaron con la avena; en el África con el millo o sorgo y en la Europa central con la cebada, el trigo y el centeno.
Los siete cereales pertenecen a la familia de las gramíneas y éstas abarcan unas 10 mil especies que tejen la vestimenta verde de nuestro planeta. Los cereales tienen una fuerte relación con la luz del sol: piensen en un campo de trigo dorado. La vida es luz transformada. Los cereales constituyen la base alimenticia de la mayor parte de la humanidad: de las 30 especies útiles más usadas en la alimentación, las más frecuentes son cuatro gramíneas: tres cereales -trigo, arroz y maíz- y la caña de azúcar. Ahora están de moda los cereales y han sido objeto de la cultura del consumo. Cuando un niño del siglo 21 piensa en cereales no se imagina una espiga viviente sino que le llega la imagen de una caja de supermercado con un cereal refinado, despojado de su cáscara y su pericarpio, y ‘enriquecido’ artificialmente con Tiamina, Vitamina E y los minerales que tenía en el grano entero y que, ahora sin vitalidad, representan un alto gasto económico y metabólico, para ser procesados. La moda de desayunar con un cereal de caja y un lácteo desvitalizados y llenos de elementos artificiales constituye una trampa, una mentira para la salud.
Una opción es empezar con jugo y fruta (ricos en fructosa) y luego comer maíz (arepa) o una colada de avena en hojuelas o una papilla de cebada o pan de centeno o trigo integrales. Estos son cereales vivos. La quinua y el amaranto son alimentos ancestrales de América con un alto contenido de nutrientes, pero no son cereales como se piensa habitualmente.
“No es el pan lo que nos alimenta; lo que en el pan nos sustenta, es la palabra eterna de Dios, es la vida y el espíritu”. Con estas palabras Angelus Silesius, místico medieval, quería destacar que no es la sustancia como tal la que alimenta, sino que lo que importa es su contenido, es decir, su fuerza, su espíritu, su aliento de vida.
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