No creo que debamos aspirar al primer lugar, no desde este rincón exigente en distancias, trámites e impuestos. La apuesta, con muchos o poquitos vinos, debe ser por los momentos memorables.
Escalafones sobre el consumo mundial de vinos salen todos los días, cada uno contando una parte de la verdad, pero hubo uno que me llamó la atención porque incluye a Colombia. Es el ranking del promedio de litros que consume cada persona en un año, en el que Portugal manda con 62,1, seguido por Francia con 50,2 e Italia con 43,6.
El puesto número 12 lo tiene España, otro de los clásicos grandes jugadores de la industria, con 26,9; Argentina de la gran Salta y de la enamoradora Mendoza es 13 con 24,8, y Chile, nuestro pionero como aliado y gran mentor del consumo en Colombia, es 18 con 15,8.
El líder se lleva la de oro de lejos. En un año cada portugués, en promedio, descorcha unas 83 botellas, como siete por mes ¿Y nosotros? Ya figuramos en escalafón y tomamos el puesto número 159 con 0,31 litros. Dicho de otra manera, son casi dos copas al año, una en el cumpleaños o en un coctel al que llegamos con sed y otra en diciembre.
¡Eso es nada! O es consecuente, dado que no somos un país productor y que hasta hace poco el vino y la gastronomía llevaban caminos diferentes; además aquí tenemos que hacer maromas para tener una botella en casa (barcos, puertos, contenedores, normas, formularios y funcionarios), más una pirueta financiera para pagarla, con esos impuestos agresivos que lo tienen del cuello hace tres años.
Pero ahí vamos. Y no creo que debamos aspirar al campeonato mundial ni a los 31,5 litros de Bélgica y de Australia para ser top cinco; creo sí que cualquiera sea la cantidad elegida la meta deben ser los buenos momentos. Saber qué tomamos -una leída a la etiqueta resuelve el misterio-, a cuál temperatura debemos servir (¡nunca al clima!) y comprar compañero de comidas y conversaciones en vez de precio, pueden ser un buen punto de partida.
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Una provoleta con champiñón, tomate cherry, jamón serrano y buena pimienta, pasada con un cava bien frío. Una tarde lluviosa de sábado para animar con Netflix, crispetas de mantequilla y Chardonnay. Una frijolada poderosa de domingo víspera de festivo en El Retiro alentada con un Tempranillo. Una noche de bife, choripán y morcilla en parrilla, con los amigos y un Malbec. Un matiné de sol, piscina, minipizzas de pepperoni más lambrusco o de mango biche con sal y limón acariciado con Sauvignon blanc… Planes hay los que quiera.
Tratándose de dos copas al año o dos botellas a la semana, como consumidores lo que debemos lograr es que sean las mejores posibles y que nos regalen ratos memorables y repetibles. El vino claro que los tiene encerrados en cada botella.