Para el fútbol, 45 minutos es mucho tiempo desperdiciado. En rugby la pérdida de tiempo llega a los 24 minutos, menos del 30 por ciento de la duración de un partido.
En Colombia, el tiempo efectivo de juego apenas sobrepasa lo 45 minutos. Simple: de un partido, apenas vemos la mitad. Y lo peor, la indignación es por saber si un DT tiene la razón o no.
En nuestro fútbol, así como en nuestro país, hay motivos para indignarse. Pero nos equivocamos en el foco de nuestro enojo. A pocos les pareció pobre el número de 46.57 minutos de tiempo efectivo en promedio que tiene el América de Cali, actual campeón, en un duelo que supera los 90 minutos con sus adiciones. O que tres de los últimos cinco campeones (más Nacional y Junior), estén en la parte baja de esa tabla enviada por Dimayor.
No, la discusión es si Juan Carlos Osorio tiene la razón, tras una queja del tema luego del empate. Los defensores de Osorio dijeron que la tabla le daba la razón al DT y los hinchas sellaron que los clubes más chicos vienen a perder tiempo contra los grandes. El verde es víctima. Los detractores usaron la tabla en su contra, argumentando que era una excusa, y que su equipo tiene tanta culpa como el rival en los minutos que se pierden.
El verde es victimario. Una discusión con dos posiciones tan válidas como incomprobables. Pero, ¿esa es la discusión?
Me quedo con lo poco que vemos de fútbol, sin hablar de la calidad. Para un deporte de juego continuo, que no vive pausas por cortes (como el baloncesto o el fútbol sala), es mucho tiempo desperdiciado. En rugby, el deporte más parecido en forma de juego, la pérdida llega a los 24 minutos, menos del 30 por ciento del tiempo de juego (80 más adición). En nuestros partidos hay tiempo para comerciales, repeticiones y revisiones del VAR, en detrimento de jugadas preparadas o talento desperdigado. ¿Por qué no nos quejamos de lo poco que se juega?
Y es que en Colombia, en todos los aspectos de la vida, peleamos por lo que no es. Por una declaración de renta o de un lío entre periodistas y no de los líos fundamentales.
Y así es en el fútbol. El presidente del Cúcuta, José Cadena, está demandado ante la FIFA por no pagarles a sus empleados, mientras su exjugador Javier López busca cómo ganarse la vida, porque nunca llegó el pago tras su lesión. Tampoco nos indigna la improvisación con la que la Dimayor está haciendo la Liga Femenina, con clubes que se montan y se bajan en el camino, y sin una estructura sostenible en los años venideros. Menos el pobre estado de nuestras combinados juveniles, con un entrenador que solo suma fracasos en su hoja de vida y con un plan de formación lejano.
Nos indignamos, pero no de lo que es.