El día a día no ahorra indicios de la caída en desgracia del que siglos atrás fuera el magno proyecto de Denis Diderot. El ilustre francés ha de andar revolcándose en su tumba observando desde el balcón del más allá los sucesos de nuestra cotidianidad; viendo, por ejemplo, cómo los periódicos de nuestro país han optado por enganchar nuevos suscriptores y clientes ocasionales con la carnada de fastuosas enciclopedias ofrecidas a precio de huevo o destazadas en fascículos y entregadas como una sección más al lado del cuadernillo deportivo. Pero no es solo eso: no hace mucho se presentó en el lugar en que trabajo un afeitado buhonero, ofreciéndome, por menos de cien mil pesos, dos montañas de volúmenes sobre los más célebres temas de la ciencia, el arte y la cultura universal; ante la incredulidad de los clientes potenciales, el librero aclaraba que solo cobraba el importe de dos enormes diccionarios de francés e inglés, y que, consiguientemente, el resto del lote bibliográfico era la ñapa. Es loable que se ponga en nuestras manos tanta cosa por tan poco dinero, pero inquieta ver que lo que la humanidad había considerado como el legado de toda su historia o el botín de todos sus esfuerzos ahora sea puesto en el mismo lugar de un almanaque conmemorativo, un tratamiento capilar o un cupón de descuento en una pizzería. |
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