Soy tan patria como el general que expresó sus condolencias por la muerte de un criminal que ensangrentó a Colombia. Me duele esa postura. Tengo el deber moral de decir “no en mi nombre”.
Escribo con dolor de patria. Entenderán mi propósito quienes me den crédito hasta el final.
“Pobre de mí, mi patria”. El autor de esta expresión fue un aborigen australiano que se identifica con su patria, él la encarna, son uno solo; su sentencia refleja la desolación de un pueblo que lo perdió casi todo por la colonización…
He vivido más tiempo fuera de mi país de origen que dentro de él. Hago mío el poema de Serrat:
No me siento extranjero en ningún lugar
donde haya lumbre y vino tengo mi hogar.
Sin embargo, he cultivado mis raíces, conservado vínculos fuertes con la parte de mi familia que se quedó en casa, así como con mis amigos del alma, mis hermanos. A todos rindo homenaje con esta columna. Me apropio igualmente la continuación de la trova citada:
Y para no olvidarme de lo que fui
mi patria y mi guitarra la llevo en mí.
Hace algunas semanas pregunté a mis dos hijas y a mi hijo, si querían que hiciésemos los trámites en el consulado en Suiza para obtener sus documentos. Ellos se sienten colombianos. Así lo han manifestado, con banderas incluso, cuando asistimos a algún amistoso de la selección jugado en Europa. Los tres dijeron sí y organizaron sus agendas para ir a la cita.
Traigo esto a cuento para decir que supe transmitir el amor de patria que hoy es dolor. “La patria es el hombre”, dice Alí Primera. Soy tan patria como el general que expresó sus condolencias por la muerte de un criminal que ensangrentó a Colombia. Me duele y avergüenza esa postura. Tengo el derecho, el deber moral incluso, de decir “no en mi nombre”, no, no cabe el plural empleado por ese oscuro militar: “Lamentamos mucho la partida de…”. El servicio público requiere responsabilidad y dignidad en el ejercicio de sus funciones. Un alto representante del estado debería guardar para sí sus sentimientos. Él puede lamentar lo que le venga en gana, pero en su ámbito privado.
De mi lado, encuentro inmoral no deplorar el homicidio cotidiano de las víctimas, sean líderes sociales o ciudadanos indefensos, mientras se llora el fallecimiento del asesino de tantos compatriotas. La indignidad del soldado contamina a quien lo nombró. Soy optimista. En el país que sueño, la presión social sería tan enorme que cuando se publique esta columna ya el general no ocuparía ese puesto. Si no fuese el caso, al menos quedará constancia de mi protesta. Entre tanto, cierro con el verso de Alí Primera:
A mi “crucita” de mayo
le puse su florecita
pa’ que me quite este llanto
que cantando no se quita.
PS. Muchas gracias a mi padre, por su relectura y por todo lo demás.