Toman entonces los dos un vuelo desde Miami y aterrizan en el JMC en horas de la noche. Las maletas llegan muy bien y todo se ve normal. Bueno, casi. Les parece curioso tener que pagar un dólar por un carrito para maletas que solo sirve por unos pocos metros, además de que ustedes mismos deben bajar las maletas del carrito, montarlas en la banda de rayos equis y luego volverlas a montar. Al final del camino les esperan los maleteros, que transfieren las maletas a otro carrito. Ustedes salen detrás, observando entre divertidos y asustados la muchedumbre ansiosa que se agolpa para dar a familiares y amigos la bienvenida a la tierrita. Un momento, dice usted, antes de buscar un taxi, quiero cambiar unos dólares a pesos… ¿Dónde estará la oficina de cambios? ¿Cómo así que no hay dónde cambiar, aquí, a la salida? ¡Primera sorpresa! La próxima misión es conseguir un taxi. Y viene la segunda sorpresa: ¡No hay taxis oficiales! Es decir, taxis organizados por la autoridad del aeropuerto y que tengan tarifas confiables según la distancia recorrida, como en todos los aeropuertos normales del mundo. Ustedes ven distintos individuos que les gritan “taxi, taxi”, pero claro, no se van a montar en el primero… en alguna parte debe estar la ventanilla oficial de taxis. Pronto concluyen que tampoco hay. Sin más opciones, se resignan a tomar un taxi de los que hay ahí afuera. Le pagan al maletero quién sabe cuántos dólares por los 20 metros de recorrido… y no importa la cantidad, de todos modos él hace una mueca de disgusto. ¿Pero cómo hacerse entender, si ningún taxista habla inglés? ¿Y cómo saber si la persona que gritó “taxi” era autorizada y de confianza, y no cualquiera? ¿Cómo saber si no les van a cobrar el doble de lo normal? Ustedes, a propósito, se sienten impresionados por el mal estado de la mayoría de taxis. ¿Y a quién explicarle en inglés que ustedes quisieran un vehículo un poco más confiable o que al menos tuviera cinturones de seguridad traseros? Luego de abordar, ya ustedes resignados a su suerte, su taxista emprende raudo camino por una vía estrecha y sin iluminación. A dónde nos llevan, piensa usted, y nota la expresión de susto y reproche de su esposa. ¿Si vamos a Medellín o nos están subiendo a una montaña quién sabe a qué? Su corazón está en vilo hasta que llegan a la doble calzada de Las Palmas. Uff, aquí por lo menos sí hay luz, y ya se ve la ciudad allá abajo… ¡parece que nos salvamos! Finalmente llegan sin novedad al hotel en Medellín. Pero ya con el ánimo maltratado y dudando seriamente del buen criterio de sus amigos paisas. Créanos, amigo visitante, que en Medellín estamos enfocados en atraer más y más turistas e inversionistas. Y en hacer que se sientan como en su casa. Créanos que algún día alguien resolverá estos “pequeños detalles” que son tan importantes para usted. Y al menos estar en el nivel de otras ciudades de América Latina y de Colombia. Para que usted, esquivo turista, pueda regresar a su país a hablar bien de nuestra ciudad y no de los sustos que padeció. | ||
Bienvenida a turistas, estilo paisa
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