Ya eran varios años de ver crecer todos los índices y valores de los activos y materias primas de manera pronunciada a nivel mundial. Finalmente el mercado se dio cuenta de que buena parte de dichos valores estaban montados sobre un castillo de naipes. Al caer uno, irremediablemente los demás empezaron a caer.
Como si estuvieran en un juego de pirámide o avión de esos que cada 7 años se vuelven populares en Colombia, en muchas ciudades de Estados Unidos a “todo el mundo” le dio por comprar vivienda. Claro, muchos se animaban escuchando historias de familiares o conocidos que había tenido gran éxito con la valorización de sus viviendas y no querían quedarse atrás. Con una mezcla de ambición e ingenuidad compraban aunque no necesitaran pues no cabía duda de que a los pocos meses podrían vender con enorme ganancia.
Hasta que, como siempre ocurre cuando las ganancias son extrañamente altas, se reventó la burbuja. Siempre hay suficientes optimistas que olvidan que de eso tan bueno no dan tanto. Llegó el punto en que no había gente para ocupar tantas casas y los precios empezaron a caer. A tal grado que hoy, en ciudades como Miami los precios de más del 60% (¡qué espanto!) de las casas compradas con deuda hipotecaria están por debajo de los valores adeudados. Lo mismo que pasaba en Colombia hace unos 10 años pero multiplicado.
El resto es historia, como dicen. Poco a poco empezaron a caer las enormes y prestigiosas entidades financieras que estaban relacionadas con las famosas “mortgages”, se restringió el crédito, cayeron las acciones, cayeron los precios de las materias primas, se desplomó el precio del petróleo, subió el dólar, etcétera. Y todos resultamos ahora en un punto diametralmente opuesto a donde estábamos hace menos de un mes.
Por todo el mundo hay empresas que se habían preparado para la continuación de la fiesta haciendo enormes inversiones de capital para crecer sus negocios y ahora se ven desconcertadas pues la demanda de muchos productos no sólo no va a aumentar, sino que va a caer. Otras se preguntan por qué no se dieron cuenta antes de que las cosas pronto cambiarían, o por qué no actuaron antes si (claro, mirando después de los hechos) estaban dadas todas las condiciones para la caída. ¿Acaso nadie quería ser el primero en dejar de bailar?
Probablemente nuestra economía crecerá menos de lo previsto, probablemente los valores de nuestros activos y nuestras exportaciones caerán (justo cuando el dólar se recuperó) y probablemente tener o no tener TLC no hará mucha diferencia, pues la demanda en Estados Unidos será muy inferior a la esperada. El juego ha cambiado y las prioridades del mundo ya son muy diferentes a las de hace un mes.
Son duras las crisis, pero necesarias. Es la manera más eficiente de que las personas y las empresas aprendan a manejar sus asuntos y sus finanzas con mayor prudencia, siempre previendo escenarios desfavorables, así se vean altamente improbables.
Pero pasado el trago amargo, con toda seguridad en adelante las cosas se harán mejor y más sólidamente. Y comenzaremos una lenta pero segura recuperación hasta que otra vez nos montemos en una nueva burbuja y vuelva a repetirse el ciclo.
Dentro de muchos años, cuando casi nadie recuerde esta crisis, muchos de los jóvenes de hoy, estarán recomendando a sus hijos y nietos altas dosis de prudencia porque aunque no lo crean las cosas pueden dañarse de la forma más inesperada… ¡como en 2008!
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