Por: Juan Carlos Franco | ||
Otra vez hay que lamentar víctimas por razones perfectamente previsibles y evitables. Otra vez vemos a nuestras autoridades en el triste papel de prometer que van a estudiar qué pasó, que pronto sabremos dónde pudo haber estado el problema.
Y como siempre, se concluirá que todo el mundo tuvo un poquito de culpa pero todo el mundo encontrará la manera de eludir responsabilidades y salir bien librado, muy al estilo colombiano: Las pasadas administraciones dirán que ellas sí hicieron bien las cosas y que el problema seguro se originó en la alcaldía de otro, los constructores jurarán que no fue por algo que ellos hicieron, sino que venía de más arriba de la montaña, los curadores dirán que tal vez en la construcción se hizo algo diferente a lo que se aprobó… y todos dirán que con un invierno tan crudo no se puede. Finalmente, quedaremos en las mismas. Es posible que se modifiquen algunas normas, pero todos buscarán la manera de evitarlas. Como cuando se cambió el POT y todos corrieron a hacer aprobar en masa sus proyectos, antes de que entraran en vigor las normas más exigentes. ¿Cómo nos dejamos meter ese gol? Y entre tanto, los usuarios de obras seguiremos siendo víctimas de la mediocridad que ha asolado a nuestra ingeniería en las últimas décadas. Especialmente en las vías: Es una afrenta a la población la situación de los accesos y salidas más importantes para la ciudad, como Las Palmas, Santa Fe de Antioquia y Suroeste. Esta sociedad antioqueña, esta raza nacida y crecida en las montañas, está obligada a conocerlas y tratarlas mejor que cualquier otro. A estas alturas de la vida, en pleno siglo 21, con tecnología de punta y universidades de primer nivel, no puede ser que seamos incapaces como sociedad de hacer nuevas vías que se mantengan abiertas en épocas de lluvia y no representen peligro para la población. Inviernos crudos ha habido desde la prehistoria y la buena ingeniería sabe cómo diseñar una obra para resistirlos sin problemas. Autoridades locales y regionales se han comportado como inversionistas de pirámides: Se les dijo, se les recomendó, se les advirtió… que si hacían esas obras buscando la opción de menor costo posible y que permitiera inauguraciones más rápidas, corrían un riesgo grande de dilapidar su (nuestra) inversión. No quisieron hacer caso, se pasaron la advertencia por la faja y hoy vemos que las montañas, como las pirámides, se desmoronan. Esos falsos ahorros en comprar fajas más angostas y cortar menos tierra -dejando taludes de alta pendiente- se ven hoy como pésimas decisiones administrativas. La diferencia es que no existe una superintendencia (o al menos alguien a quien Uribe pueda pedirle la renuncia) que esté constantemente monitoreando la calidad de las obras que nos hacen. Desde el diseño hasta la construcción. Dejar esto en manos de las curadurías y los constructores ha sido como poner al zorro a cuidar el gallinero. En un país más estructurado, los habitantes de Santa Fe de Antioquia y otros municipios del occidente ya habrían demandado al Estado o a la Gobernación porque, lejos de resolver sus problemas de acceso, los han empeorado. Además de la zozobra constante sobre si la carretera estará cerrada o caerá un derrumbe, esto disminuye el turismo y desvaloriza las propiedades. Los habitantes del oriente antioqueño y usuarios de Las Palmas –incluyendo las lomas del Poblado arriba y abajo de ella que se han desestabilizado- entablarían un pleito a la Gobernación. Y claro, los de Medellín demandaríamos a tres alcaldías por la absoluta incompetencia demostrada respecto a los resonadores de Los Balsos: ¡A una que los instaló y a las dos que no se han atrevido a tocarlos! |
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