Por: Francisco Ochoa
De manera adicional a todos los justos reconocimientos que ya ha recibido el Dr. Jorge Molina Moreno, quiero desde esta columna rendir un sentido homenaje a una de sus grandes obras, la cual puede ser desconocida para algunos, principalmente los más jóvenes. Me refiero a la historia verde del Dr. Molina, de cuyos resultados hoy todos disfrutamos, probablemente sin saberlo.
Al poner punto final a su exitosa carrera como ejecutivo en la compañía Suramericana de Seguros, en la que ocupó el cargo de Presidente por varios años, el Dr. Molina tuvo la humildad y vocación de servicio al ofrecer a la ciudad su tiempo, amor y esfuerzo para convertirse, como él mismo orgullosamente lo manifestaba, en “el mayordomo de la ciudad”.
Fue nombrado en efecto Alcalde Verde y posteriormente Alcalde Cívico, cargo que ocupó por muchos años sin remuneración económica alguna, para encargarse del manejo de las zonas verdes y parques de la ciudad.
Desde este cargo promovió y ejecutó proyectos importantes de arborización alrededor de la ciudad: impulsó la siembra de árboles frutales y en general de especies que incentivaran el retorno de aves y otros animales que antes habitaron nuestras montañas pero que desaparecieron durante décadas. Desde el vivero municipal, dependencia a su cargo, propendió por la siembra de especies que produjesen flores y frutos para alimentar insectos, pájaros, ardillas, etc. y de paso también a los jóvenes que hoy aún vemos felices deleitándose con guayabas y mangos sembrados en nuestras avenidas. Pero lo más importante y digno de resaltar, fue que sembró en la comunidad el amor por la naturaleza, sembró el respeto por lo verde, sembró la semilla del disfrute por lo más sencillo pero grandioso: nuestros árboles, flores, frutos y la diversidad de fauna que estos atraen.
Conocí de sus esfuerzos para lograr que en las diferentes obras públicas de la ciudad se destinaran las mayores áreas posibles a zonas verdes y arborización; cuidaba como propia la siembra de las diferentes especies, de acuerdo con las condiciones climáticas y la altitud de la región, propendiendo por la presencia de variedades que auto-controlaran las plagas. Objetaba de manera vehemente, cuando encontraba sembrados en avenidas o edificios, especies que consideraba inadecuadas o dañinas para la zona.
Hoy disfrutamos de una ciudad arborizada. Hemos aprendido el amor por el verde de los árboles, apreciamos los colores de las flores y el canto de las aves. Disfrutamos las travesuras de las ardillas y las prohijamos con oferta de corozos. Encontramos centenares de urbanizaciones en los cuales alimentan y protegen a las diferentes especies animales; es común ver en balcones y terrazas la presencia de fuentes de agua, bebederos con agua azucarada, frutas tropicales, arroz, etc., para propender por la amable visita de las diferentes especies de aves que hoy bellamente invaden nuestra ciudad.
Invito para que cada vez que levantemos la mirada al cielo para agradecer la presencia de un fresco sombrío natural o para deleitarnos escuchando el canto de un pequeño pájaro o los ruidos alegres de las guacamayas, recordemos que Medellín tiene una deuda eterna con alguien que la amó y construyó buena parte de la ciudad verde que hoy disfrutamos y de la cual nos sentimos orgullosos. El Creador puso en manos de Jorge Molina Moreno la misión de hacernos apreciar la belleza de lo simple: una flor, un árbol, una guayaba, un colibrí.
Elevo un sentido homenaje a quien por muchos años, de manera callada y eficiente, convirtió a Medellín en una ciudad llena de árboles, flores, frutos y aves; una ciudad en la cual se ama, protege y cuida a las plantas y a los animales.
La mejor forma de perpetuar la memoria de este visionario es continuar cultivando el amor por la naturaleza, llenando nuestra ciudad de árboles y jardines por doquier y protegiendo la presencia de aves, flores y frutas de la misma manera que lo hizo el Doctor Jorge.
Queda para su familia y para quienes tuvimos el honor de conocerle, el más bello de los recuerdos, de un hombre que vivió, disfrutó amó y murió en su adorada Medellín.
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Un alma verde
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