Ya sabemos por la fisiología del deporte que es necesario moverse al menos 150 minutos a la semana y que el ejercicio al aire libre es mejor. Y mejor si lo realizamos con alegría.
Todos los días me convenzo más de la importancia del movimiento para mantener la salud y prevenir la enfermedad. Y hablo de movimientos del cuerpo y del alma.
Los seres vivos tenemos una organización ternaria donde el polo de la cabeza vive en la quietud, la reflexión y el frío y donde el polo del metabolismo y los miembros necesita el movimiento, la excreción y el calor.
Entre estos dos extremos, pulsa la vida en el sistema rítmico, donde corazón y pulmón danzan en una música saludable, ajustando el exceso de quietud y el exceso de actividad. Los procesos saludables buscan la vía del medio, el equilibrio entre ocio y neg-ocio, entre sueño y vigilia, entre actividad creativa y pausas.
El ser humano urbano se mueve cada vez menos; ya no recogemos leña, ni buscamos agua en el pozo; caminamos poco e interiorizamos menos. Si tenemos una rutina de movimiento físico, nuestra vitalidad se sostiene y los procesos de salud superan a las tendencias enfermantes del día a día. En el día enfermamos, en la noche sanamos. La vigilia implica conciencia despierta que gasta glucosa y consume la vitalidad. El sueño repara la vitalidad y sana el cuerpo.
El alma pulsa entre expansión y contracción y necesita la expansión que generan los encuentros humanos, el deleite que producen el arte, el movimiento de la danza y de la sexualidad. Pero también necesita trascender, interiorizar, re-ligar con los aspectos intangibles de la realidad. Qué importante tener momentos de introspección: la retrospectiva y la acción de gracias en la noche. Y en la mañana una meditación: aquietar cuerpo y alma en un instante de no renta, para conectarse con el ser esencial, con esa realidad eterna que habita en nuestro núcleo más profundo.
Cuando el ser humano está quieto tanto física como anímicamente, tiende a endurecerse, a enfriarse. Las enfermedades esclerosantes (skleros.gr.: duro) son la plaga de la modernidad. La principal causa de muerte en el planeta es la arterioesclerosis cardíaca. Nuestro corazón tiende a enfermar y a endurecerse por falta de movimiento físico y de movimiento anímico. Para muchas tradiciones el corazón es el órgano que permite percibir y sentir el alma del otro. La empatía es una cualidad del corazón. Y esto implica un movimiento de apertura anímica para que el Yo resuene con el Tú.
Es necesario moverse al menos 150 minutos a la semana y el ejercicio al aire libre es mejor que en una máquina. El movimiento será mejor si lo realizamos con alegría, con gusto, si también sale a pasear el alma.
Coda: en la Navidad se mueven cuerpo y alma. Nos reunimos, cantamos, compartimos la mesa. Es un tiempo de renovación, de re-nacimiento. Lo mejor para todos en 2020.