Hasta hace poco tiempo, el único Radamel que yo conocía en realidad se llamaba Radames. Era un capitán del ejército egipcio que tomó prisionera a la hija del rey de Nubia, el enemigo; la envió a la corte del Faraón –sin conocer su identidad–, como esclava de su prometida, la princesa; se enamoró de ella y la conquistó; descubiertos, luego de múltiples aventuras, fueron acusados de traición y condenados a muerte y, finalmente, encerrados en la misma tumba donde se juraron amor eterno… Y cae el telón, dando por terminada una representación majestuosa de cuatro horas de duración. Me refiero al Radames de Verdi. (¿Será Radamel una adaptación de Radames?).
Y hasta hace poco tiempo, el único Falcao que conocía, en realidad se llama Paulo Roberto. Es un exfutbolista brasilero –o futbolista, mi cultura futbolística es precaria, a pesar de que me encanta el fútbol–, infaltable en las listas de “los mejores” que una y otra vez elaboran los periodistas deportivos. Falcao es su apellido. (Y sí, gracias al poco convencionalismo que tenemos en Colombia para bautizar muchachitos, nada más fácil que un apellido ajeno para engalanar un original nombre de pila).
Así, pues, que cambiando la ese final por una ele y colgándole un apellido por segundo nombre, el resultado obtenido fue: Radamel Falcao García Zárate. El mismo Falcao García –El Tigre– que tanto nos ha hecho cantar goles últimamente con su desempeño casi extraterrestre en el Oporto de Portugal, en el Atlético de Madrid, en cualquier equipo y cancha en los que juegue. (La Selección Colombia es una excepción. Por mediocre, dicen los que saben).
Desde su nacimiento, Falcao estaba predestinado a luchar como un tigre para montársele a la vida y, sobre todo, para montársele a tan extraña denominación de origen, antes de que lo aplastara. Y con solo 26 años lo ha logrado; ahora enorgullece a los tocayos: su papá, Radamel, de quien heredó lo de Radamel y lo del fútbol, y Paulo Roberto, a quien este rindió un homenaje con su propio hijo. Pero no sólo ellos le auguran prometedor futuro entre los grandes; también entrenadores, seleccionadores, comentaristas, fanáticos…
Lo mejor, que es colombiano; nos hace estirar nuca de puro contento. Porque además de parecer un artillero de otro planeta y de haber desarrollado una carrera con pasión, con esfuerzo –mucho esfuerzo en los comienzos–, con rendimiento y con gloria, es un señor. Impecable en el terreno de juego y en la calle. Con la cabeza bien amoblada y los pies sobre la tierra, no ha querido tragarse el cuento de la fama que sonado daño ha hecho a otros que se emborracharon con ella, nos avergonzaron con sus escándalos y todavía sufren la resaca. (¿Qué será que se me viene a la cabeza Faustino Asprilla?).
Por algo será que Jorge Valdano dijo de él: “El mercado tiene muy poquitos goleadores de la talla de Falcao”; el Pibe Valderrama: “Puede superar fácilmente todo lo que hicimos el resto de colombianos que fuimos a Europa”; Marcelo Bielsa: “Tengo una opinión inmejorable de Falcao, es un jugador fantástico”; Guardiola: “Es probablemente el mejor jugador de área del mundo ahora mismo”; Adriana Mejía: “Me fascinás, Tigre. No importa que te llamés como te llamás”.
ETC: Estaré ausente durante este mes. En julio volveremos a encontrarnos.
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Me fascinás, Falcao
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