Sería maravilloso. Y no lo es. Y me pregunto por qué esos empeños, esa lucha por triunfar, por llegar a lo propuesto que sugiere un sentimiento de dicha, se convierte fácilmente en bruma, nuevas ansiedades y deprime. El hombre adquiere lo que quiere, saborea el triunfo y necesita un nuevo objetivo, para hacer coincidir la voluntad con la realidad. Y abrir un nuevo espacio de carencia, de necesidad.
Tensión, distensión, tensión… El deseo del yo de adquirir situaciones placenteras, seguridades emocionales y económicas participa de la naturaleza del ser humano, y el vacío posterior también. ¿Cómo lograr parar esa rueda sino es a través de la distensión de no tener que anhelar más? ¿Será que el yo y la mente logran parar esta carrera loca?
La felicidad es simple, tan elemental que habita a nuestro lado y no la percibimos. Un amanecer, el atardecer, una sonrisa. ¡No! Necesitamos retos, esa urgencia permanente de más para estar bien. Necesitamos de la tensión para lograr estar tranquilos, serenos, sin tensiones. Es un absurdo que se repite siempre. Tensión. Como si lograr tiempos de no tener que ir hacia un logro o una situación más alta, causara el temor de desaparecer de esta realidad.
“La distensión profunda está acompañada de una pérdida del sentido del ego, y esta experiencia de especialidad luminosa es tan liberadora y la deseamos tanto, que realmente nos aterroriza”, dice Denis Marquet. Y es por eso que no deseamos el objeto de nuestra meta, sino el beneficio de seguir en tensión para su búsqueda, para su logro.
Lo que nos inquieta realmente es sentir que carecemos de ese motor que se llama logro, meta y objetivo. Carecer de ese motor que se llama tensión. En estos tiempos estamos confundiendo la distensión con la inercia. Porque ahora todo va hacia fuera, hacia lo tangible, lo palpable.
La verdadera distensión, la sensación de serenidad va hacia el interior. La distensión es hacia el interior y nos conduce hacia las búsquedas que todos tenemos en la dimensión profunda, hacia la búsqueda de la verdad individual interior. Ese es nuestro motor. Lo demás se da por añadidura. Reconocer esos espacios donde se palpa, donde se siente esa placidez es entrar en una dimensión que no queremos permitirnos, nos da miedo no participar de la carrera interminable de la búsqueda del placer, la posesión y el poder. En la medida en que sea, participamos de ella. Anhelamos esa manzana que como a los amantes del paraíso nos saca cotidianamente de la posibilidad de sentirnos en el camino hacia nosotros mismos.
Huimos de nosotros mismos y que bueno si por momentos nos encontramos enraizados en el ser que nos habita, que es lleno de fecundidad porque es infinitamente creativo, lleno de gracia.
Como dice Denis Marquet: “Cuando no somos poseídos por lo que nos tensiona, somos el lugar de la creación”.
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La felicidad es simple
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