/ Jorge Vega Bravo
La identidad individual se conquista a los 21 años; culmina el crecimiento físico y empieza la maduración anímica. La identidad profesional se logra alrededor de los 28 años cuando sucede la crisis de los talentos. Allí nos preguntamos por el oficio adquirido o la carrera estudiada y surgen replanteamientos. Después de estudiar Filosofía y adquirir una sólida formación humanista empecé a estudiar Medicina a los 22 años. Ingresé a la Universidad de Antioquia lleno de inquietudes. En la mitad de la carrera aparecieron las preguntas: ¿Qué hay más allá de una semiología limitada a los signos de la corporalidad? ¿Dónde está el ser humano en medio de esta maravillosa farmacología? ¿Es la célula la que enferma o hay detrás un organismo guiado por la individualidad que se hace preguntas a través del proceso de enfermedad? ¿Dónde quedaron la antropología del segundo semestre, la filosofía, el arte?
El estudio de la anatomía (ana: parte, tomé: cortar) y la fisiología es fascinante; partimos al ser humano y reconocemos las funciones de los órganos, pero lo dejamos fragmentado. Luego estudiamos lo que genera enfermedad (patogénesis) pero no lo que genera salud (salutogénesis). Entré en crisis y en esa búsqueda conocí un modelo médico milenario: la Acupuntura -parte de la medicina tradicional china- con una concepción del ser humano que integra cuerpo, alma y espíritu. Esta imagen triple estuvo presente en Occidente hasta el año 869, cuando en el Concilio de Constantinopla se negó la existencia del espíritu y se afirmó que estamos constituidos por cuerpo y alma. En 1858 con la Patología Celular de Virchow, se niega el alma y se afirma que somos materia corporal viva y desde entonces el materialismo científico es el fundamento de la Medicina.
Al lado de la Acupuntura, que se consolida en Colombia gracias a los aportes del médico español José Luis Padilla, encontré modelos médicos como la Terapia Neural alemana y la Auriculomedicina francesa, con una imagen completa del ser humano. Y maestros con propuestas integradoras. Recuerdo con gratitud al Dr. José Hernán López Toro, virólogo y acupunturista, y al Dr. Jorge Carvajal, quien ha liderado un proceso de investigación y docencia único entre nosotros y quien reunió una serie de propuestas -llamadas alternativas- bajo el nombre de Medicina Bioenérgetica. Esta denominación la había usado el psiquiatra norteamericano Alexander Lowen en 1977 en su texto: “Bioenergética, terapia que utiliza el lenguaje del cuerpo para curar los problemas de la mente”. Lowen usa el término en el contexto de la teoría de Reich y aquí lo utilizamos para unificar propuestas que complementan la medicina convencional. Pero como otras cosas en la cultura materialista, Bioenergética se vuelve una marca, un rótulo y se utiliza mal. Y encontramos un grupo de colegas con propuestas serias, estructuradas y éticas pero también médicos y no médicos explotando con este rótulo a los ingenuos que huyen de un modelo de salud deshumanizado. Por ser un médico que ha trasegado por un camino diferente fui marcado como médico Bioenergético. Y esta es una declaración de identidad: No soy ni quiero ser nombrado Bioenergético. Si es necesario poner un apellido al noble oficio de ser mediador, me afirmo como un especialista de la totalidad que se nutre de la medicina científica occidental, de los principios sistémicos de la Acupuntura y de la concepción ampliada del hombre que aporta la medicina antroposófica.
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