Apreciar nuestro país va de la mano con el respeto por la vida y la tranquilidad de las personas. Tenemos creatividad para pensar, sentir y recrear formas de convivir que no incluyan la guerra.
Estuve en el mal llamado desierto de la Tatacoa, que en realidad es un bosque seco tropical, y me asombraron la belleza y la diversidad de nuestro territorio.
Al llegar, un burro lejano despide la tarde y un colibrí verde me deleita con su vuelo, moviéndose con agilidad entre las espinas del arbusto Pelá (Acacia Farnesiana). Al día siguiente, visito parajes con características de desierto, con formaciones geológicas extrañas, antiguas y hermosas; pero siempre saltan los cactus, los arbustos, las gramíneas, luchando por manchar de verde los ocres y los grises.
Fue un viaje reconfortante por la variedad y la riqueza de los paisajes, por la posibilidad de ampliar el horizonte, pero con una certeza honda: cada uno de esos territorios está atravesado por una historia, habitado por unas comunidades con unos procesos sociales que fueron impactados en estos largos años de conflicto armado.
Muchas familias desgarradas por desapariciones forzadas, por masacres, por violencia contra las mujeres, por despojo de tierras. El agua, la tierra y el aire muestran el impacto de la codicia que ha estimulado la guerra. También vi en la Tatacoa unos desarrollos turísticos extraños, agresivos y con una relación con la naturaleza que genera muchas preguntas.
Nuestras tradiciones culturales más profundas echan raíces en la belleza y la diversidad del país. La rica variedad de modos de ver y hacer la vida en Colombia bebe de esa fuente que nutre lo más sano y auténtico que llevamos en el alma. “Entre el río y la montaña los hombres cantan para espantar la guerra: caminando por las trochas de las músicas campesinas de El Carmen Del Viboral”: título anunciado para la Fiesta del Libro de Medellín.
Apreciar y proteger nuestro país va de la mano con el respeto por la vida y la tranquilidad de las personas que lo habitan. Tenemos creatividad para pensar, sentir y recrear formas de convivir que no incluyan la guerra, que honren lo mejor de nuestra esencia.
“Aunque las guerras sigan siendo un negocio improductivo en el siglo XXI, esto no nos da una garantía absoluta de paz. Jamás debemos subestimar la estupidez humana. Tanto en el plano personal como en el colectivo, los humanos son propensos a dedicarse a actividades autodestructivas… Un remedio potencial para la estupidez es una dosis de humildad”.¹
“La paz ha sido frágil e imperfecta… Ante su fragilidad, nuestra respuesta no puede ser: ¡Regresemos a la guerra!” (Francisco de Roux). La paz empieza por la educación: necesitamos cambiar la educación competitiva, la medicina de guerra, las actitudes egoístas en nuestra propia casa y en nuestro trabajo.
La paz empieza en cada uno.
¹ noah harari. 21 lecciones para el siglo xxi. debate. 2018