Cuando nuestra herencia genética y nuestras metas se armonizan, tenemos un desarrollo saludable, aunque no exento de dificultades y de crisis.
Un aspecto sorprendente de la medicina tradicional china es que afirma que cada órgano principal de nuestro cuerpo tiene un alma, o que cada órgano gobierna un aspecto de lo anímico.
El cuerpo es el instrumento del alma; nuestro psiquismo -intangible- necesita el cuerpo para expresarse, para sentir. El cuerpo es el escenario, el alma el actor y el Yo es el director del proceso. Esta antigua visión es validada por modelos médicos no convencionales, que se aproximan al ser humano como in-dividuo, como unidad de cuerpo, alma y espíritu. Para estos modelos somos seres en desarrollo, tenemos metas.
Ilya Prigogine (Premio nobel de química, 1977) llamó al tiempo que viene del futuro: tiempo joven y al tiempo del pasado: tiempo viejo. Aristóteles nombró al tiempo del futuro: causa finalis y los orientales hablan de recuerdo del futuro, invitándonos a ser conscientes de devenir, de las metas.
El pasado está siempre presente en las experiencias evolutivas del organismo y en sus experiencias en el mundo; así como en el pasado de la infancia donde aprendimos las tres cualidades humanas: andar, hablar y pensar. No tenemos un recuerdo claro de esos dos tipos de aprendizajes, pero somos modelados por ellos.
Nuestra salud depende en gran parte de cómo nos desarrollamos como individuos y de las relaciones que establecemos con el entorno. Cuando nuestra herencia genética (tiempo viejo) y nuestras metas (tiempo joven) se armonizan, tenemos un desarrollo saludable, aunque no exento de dificultades y de crisis. La enfermedad, el dolor y el sufrimiento se convierten en herramientas evolutivas.
El profesor Harald Matthes, gastroenterólogo-oncólogo del hospital Havelhöhe de Berlín, plantea que las enfermedades de nuestra época, en particular el cáncer, pueden ser vistas como una disrupción entre el pasado- nuestra herencia- y el proceso de desarrollo -nuestras metas-. Como una falta de confluencia entre el tiempo viejo y el tiempo joven (Prigogine). Enfermedad es separación, es ruptura. Procesos anímicos, situaciones traumáticas o accidentes no elaborados en nuestro interior, permiten que la ruptura se exprese en el plano físico.
Comprender el sentido de la enfermedad, nos permite un camino para su abordaje. La medicina científica le da gran importancia al diagnóstico y poco se ocupa del proceso de llegar a enfermar y del sentido de la enfermedad.
Si queremos desarrollarnos, acceder a las metas –recuerdo del futuro-, es necesario construir un modelo que se ocupa de la salud y no solo de la enfermedad, un modelo donde confluyen pasado y futuro, un modelo salutogenético.