La sociedad actual está sometida a excesos: emociones, información y expectativas; atropella al ser humano y lo empuja a un estado de fatiga y cansancio, del que es difícil escapar.
Cada época de la evolución de la humanidad tiene sus conquistas y sus límites. Para R. Steiner, atravesamos la época del alma consciente, que se inicia en el siglo XV. El ser humano establece una nueva relación con el mundo que conduce a numerosos cambios de paradigmas y al nacimiento de lo que conocemos como método científico.
Penetramos en la materia y en el cosmos y surge la hija mimada de la ciencia: la tecnología, que tiene los logros que conocemos, pero que nos aleja de lo humano. “Todas las épocas tienen sus patologías, que funcionan como indicadores que van más allá de un diagnóstico banal” dice José Tolentino. En el pasado, superamos la peste, enfrentamos la tuberculosis y la sífilis. Luego aparece el VIH; asistimos a la lucha contra virus, bacterias y factores externos.
El filósofo Byung-Chul Han dice que el comienzo del siglo XX es “fundamentalmente neuronal” y describe “la sociedad del cansancio”. “El sol negro de la depresión, los trastornos de personalidad, el déficit de atención, el burnout que nos hace sentir devorados y exhaustos por dentro como tierra quemada, definen el difícil panorama del presente… Estas enfermedades no son infecciones, sino modalidades vulnerables de la existencia, fragmentaciones de la identidad, incapaces de integrar y rehacer la experiencia de lo vivido”.1
Tolentino cita al poeta Fernando Pessoa: “Estoy cansado, claro/porque a estas alturas uno tiene que estar cansado/ De qué estoy cansado, no lo sé:/ de nada me serviría saberlo/ pues el cansancio seguiría igual”.
El homo-tecnologicus establece una regularidad en sus actividades, pero lejos de tener un ritmo, cae en la rutina. Las rutinas, como pulsos rítmicos son beneficiosas; “concebir la cotidianidad como una sucesión de situaciones probables nos permite habitar el tiempo confiados. Pero la rutina, de manera inesperada, sustituye a la propia vida. Cuando todo se torna obvio y regulado, no hay lugar para la sorpresa” ni el asombro. Todo se torna previsible y el desarrollo humano necesita lo imprevisible, lo que despierta la conciencia, lo que genera pausas y preguntas.
El corazón humano es un órgano rítmico y necesita ritmos, quiere escapar de la rutina, quiere vivir con el asombro y la pregunta. La salud vive en el ritmo, depende del ritmo. Y el ritmo es un camino para regular el movimiento y se aleja del compás rígido de la rutina laboral moderna, generadora de fatiga, de aburrición. Con la rutina los sentidos se adormecen y la vida pierde el sentido.
1. jose tolentino mendonca. hacia una espiritualidad de los sentidos. barcelona 2014.