Para vivir bien, para educar bien, para generar salud, necesitamos recuperar la visión integral del ser humano y abordarlo en su complejidad: cuerpo, alma y espíritu.
Los seres humanos estamos constituidos por cuerpo, alma y espíritu. Y aunque esta visión antropológica no se enseña en las facultades de psicología, medicina y ciencias de la salud, estuvo presente en las antiguas tradiciones orientales, en las cosmovisiones indígenas y es retomada, desde principios del siglo XX, por la visión del hombre que propone la antroposofía.
Es evidente que nuestro cuerpo ocupa un espacio, es sólido y perceptible por los sentidos. Este cuerpo físico lo tenemos en común con los minerales, con la estructura que conforma planetas y estrellas. Estamos hechos de los mismos elementos atómicos que existen en todo el Universo y que están agrupados en esa estructura químico-musical que es la tabla periódica de los elementos. Ya el poeta lo dijo de manera lúcida: “somos polvo de estrellas”. Este cuerpo físico está impregnado por la vida, y esto fue posible porque el agua penetró y fecundó la materia y aparece el verde reino de lo viviente, ese que compartimos con los vegetales. Las plantas respiran por superficies planas y son órganos de ese ser viviente que es el planeta tierra: Gaia.
En la evolución de la vida en el planeta, aparece el aire; éste penetra las estructuras vivas y crea espacios interiores: el espacio interior para el aire fue nombrado como Anima (en latín: aire, aliento), como Alma. Animales y humanos conquistamos lo anímico cuando intercambiamos aire, agua y nutrientes por medio de tubos, cavidades huecas y órganos internos: un verdadero cosmos interior, reflejo del mundo exterior. Porque tenemos alma, tenemos estados de conciencia y podemos intercambiar sensaciones y emociones. En el alma vive el sentir y la vida anímica pulsa (como el corazón y el pulmón) entre simpatía y antipatía, ímpetu y sosiego, expansión y contracción, tensión y distensión, todas expresiones propias de lo gaseoso y de los estados anímicos.
Finalmente el ser humano alberga en su interior un alma individual (los animales tienen alma de grupo), que llamamos organización del Yo, espíritu humano. Este paso está impulsado por la conquista del fuego que acompañó el proceso de humanización y que hace de cada ser humano un ser individual, único e irrepetible. “Esta realidad del Yo no entra en mi existencia terrenal, yo soy solo imagen de ello”, dice R. Steiner. Porque tenemos un yo, nos hacemos preguntas, nuestra narramos una biografía, construimos un proyecto de vida, tenemos crisis y enfermedades.
Somos seres complejos, llenos de colores y matices. La educación y la medicina actuales parten de una antropología reduccionista: el hombre-máquina, el hombre-cuerpo y olvidan, o tienen que dejar de lado, por asuntos pragmáticos, la visión completa del ser. Para vivir bien, para educar bien, para generar salud, necesitamos recuperar la visión integral del ser humano y abordarlo en su complejidad, en su riqueza, en sus tres niveles; como un ser constituido por cuerpo, alma y espíritu: una antropología humanista.