Un estudio de 2017, conducido por profesores de tres universidades de Estados Unidos, halló que las personas establecen una correlación entre el costo del alimento y la percepción de cuán saludable es.
Llevo más de cinco años escribiendo sobre alimentación sana y descubro con asombro que muchos pares que también lo hacen han radicalizado su discurso. ¿Se están extralimitando?
Empecé mi blog de recetas saludables, Gastroglam, en septiembre de 2013, hace cinco años y medio. Escribiendo y cocinando he atravesado todas las etapas: fui radical, me privé de comidas e incluso estuve dispuesta a invertir mucho dinero en costosos alimentos importados. Con el tiempo me di cuenta de que no era necesario y que una despensa variada y sana estaba más cerca de lo que pensaba.
Sin embargo, esto no es lo que parecen creer muchos. Un estudio de 2017, conducido por profesores de la Universidad Estatal de Ohio, la Universidad Vanderbilt y la Universidad de Georgia, halló que las personas establecen una correlación entre el costo del alimento y la percepción de cuán saludable es.
Y confirmo con preocupación que esta percepción se está reforzando en las redes sociales. Hace un par de días vi la publicación en Instagram de una influenciadora que aconsejaba “comprar una avena de hojuelas grandes y duras, la de Quaker, pailas”. Ella tiene razón, siempre será mejor una avena más entera, aporta más fibra, pero eso automáticamente no hace mala la de la marca en cuestión.
En ese mismo sentido he visto a influenciadoras recomendar “huevos felices”, frutas y verduras orgánicas, arroz salvaje y demás ingredientes que sí consideran auténticamente saludables. Cuando los veo pienso en aquellos seguidores que recién empiezan a alimentarse mejor y buscan orientación en estos perfiles.
Es cierto que quienes ofrecen estos tips lo hacen con la mejor intención, pero muchas veces sus aportes oscurecen más de lo que aclaran. Me imagino de nuevo a esa persona enfrentada a los pasillos del supermercado tratando de hacer elecciones saludables y recordando que “la avena Quaker, pailas”. Puede terminar frustrada e, incluso, comprando productos “más pailas” que una inofensiva avena en hojuelas.
¿Por qué lo digo? Porque en una sociedad como la nuestra, donde mercadean en todo momento productos altamente procesados y estos, a su vez, son responsables parciales de diversas enfermedades, creo que el papel de los influenciadores es propiciar una conversación más equilibrada en la que le demuestren a su audiencia que comer sano puede ser simple. Recordarles, incluso, que lejos del marketing están las plazas y mercados campesinos y, en ellos, un sinnúmero de sanas alternativas.
Desde mi cuenta yo estoy comprometida a mostrarles a las personas que incluso en los nuevos supermercados de bajo costo hay opciones, que no es necesario desviarnos de los lugares en los que frecuentemente hacemos nuestras compras. Solo basta estar más atentos y elegir mejor.