Estaba en la flor de la vida. Tenía cerca de doce mil años y secretos fundamentales sobre el proceso poblacional en América. Su cráneo se convirtió en el tesoro más preciado del Museo.
¡Dos veces!
(Está requetemuerta la pobre Luzia).
La primera, cuando era una joven habitante de la región que ahora conocemos como Minas Gerais, en Brasil.
La segunda, el domingo 2 de septiembre, cuando el infierno se apoderó del antiguo palacio imperial de Río de Janeiro que, desde 1818, albergaba el Museo Nacional de Brasil, cuyo acervo de veinte millones de piezas únicas, que contenían las respuestas a las preguntas pendientes de formular por parte de los investigadores, lo situaba entre los más grandes y completos del mundo. El quinto.
Estaba Luzia en la flor de la vida. Tenía cerca de doce mil años y secretos fundamentales sobre el proceso poblacional en América.
Desde que en 1975 fue descubierto su cráneo, se convirtió en el tesoro más preciado del Museo, para estudiosos y curiosos. (Y para el fuego que no perdona la osadía del conocimiento).
Con esa imponente cabeza calva que, a partir del cráneo hallado había sido reconstruida, era la emperatriz del más reciente reino destruido -nunca digas último-, ante los ojos inmediatistas de una humanidad que por despreciar con tanto esmero sus orígenes y su evolución –la propia historia-, comienza ya a evidenciar preocupantes síntomas de Alzheimer.
Con razón estamos como estamos: bárbaros de nuevo.
En El holocausto de la tierra, el cuentista norteamericano Nathaniel Hawthorne describe la hoguera que encendieron los habitantes de un pueblo con los objetos que consideraban inútiles. Pero la fiebre de la limpieza… Léanlo y verán que tal vorágine destructiva sigue vigente.
Cuenta el autor: “La verdad era que la especie humana había alcanzado ya un grado de progreso tan superior al que habían podido siquiera soñar los hombres más sabios y más inteligentes de épocas anteriores que hubiera sido un despropósito manifiesto permitir que la tierra siguiera abrumada con sus pobres logros en el terreno literario… Gruesos y pesados infolios, que contenían los trabajos de los lexicógrafos, comentaristas y enciclopedistas, fueron arrojados al fuego y, cayendo entre las brasas con un golpe plúmbeo, fueron quemándose lentamente hasta convertirse en cenizas, como si de madera podrida se tratara”.
¿Por qué el saber suele ser leño codiciado?
Porque quemarlo es acallar la conciencia de los pueblos, me responde el Pepe Grillo que llevo dentro.
Sobre todo si la quema es intencional. Como lo fueron las de la Biblioteca de Alejandría, en las primeras centurias de nuestra era y la de la Biblioteca Nacional de Bagdad, en 2003. Como lo fueron las organizadas por los nazis, los inquisidores, Savonarola, Alejandro Ordóñez y otros miembros de la Sociedad San Pío X: el 13 de mayo de 1978, en Bucaramanga, arrojaron al fuego, como si de madera podrida se tratara, obras de García Márquez, Rousseau, Marx, biblias protestantes, “en un acto pedagógico” que volvería a repetir, admite el ahora embajador de Colombia ante la OEA.
La cuestión no es la magnitud de la quema, es la tendencia fundamentalista de los pirómanos. O, también, el hado misterioso que marca la vida de los hombres.
Adeus, Luzia. La anunciada reconstrucción de tu Museo es mera cosmética.
ETCÉTERA: Con tanta saudade, reconforta el tema que convoca la actual Fiesta del Libro y la Cultura: las formas de la memoria.