Y si he mencionado restaurantes, pocas ciudades en el mundo tienen una oferta tan numerosa y tan variada como N.Y. Es un hecho, en la Gran Manzana desde el más encopetado restaurante hasta el más diminuto snack-bar están montados con absoluto profesionalismo, lo cual significa que la calidad y el buen gusto, tanto interior como exterior, afloran. La semana pasada estando de caminata por el barrio Astorga dos de los aromas culinarios que más me gustan –pan caliente y queso gratinado- comenzaron a rondar mis narices. Cautivada por ellos fui a parar a la esquina de un moderno edificio, Astorga Lofts, y la verdad es que por unos instantes pensé que me encontraba en una esquina neoyorquina, pues la atmósfera y la arquitectura del lugar me remitieron a aquella ciudad que solo he visto en televisión y en cine En los bajos del edificio funcionan muro con muro dos hermosos negocios de comida: una pizzería y una panadería. Cual ejecutiva glotona de Wall Street me senté en aquellos dos sitios y disfruté de los más deliciosos manjares. La pizzería es ni más ni menos que otra sucursal de La Rotonda, cuya calidad y variedad son inconfundibles. Me llamó la atención su deliciosa carta con sopas del día, ensaladas y pastas, y de manera sorprendente sus bajos precios. Allí me hice un mini lunch, el cual inicié con una hermosa trilogía de bruchetas, luego saboreé una delicada crema de puerros y como plato fuerte me inventé una porción de pastel de ricota y espinacas, acompañado de dos equilibradas copas de vino de la casa. Enseguida me ubiqué en la terraza vecina, en una plácida mesa de la panadería Bakuba (nombre del dios de la paz del Congo) en donde disfruté por boca y nariz de un aromático expresso doppio en alianza repostera con un achocolatado brownie. Los dos lugares me encantaron; pero no solo por la calidad de sus ofertas gastronómicas, sino por su acertado y equilibrado diseño ya que hasta el más mínimo detalle en sus accesorios, equipos y mobiliario, ha sido tenido en cuenta. No son lugares de lujo, son sencillamente dos negocios bien montados en los cuales da gusto sentarse a conversar o en su defecto a fisgonear, tal y como yo lo hice, pues allí acuden a almorzar los más pilosos ejecutivos jóvenes, así como las más hermosas ejecutivas. Mi sensación de estar en N.Y. se mantuvo vigente por mucho rato. Tanta belleza junta vestida a la moda y tanta demanda de agua mineral, cerveza light, ensalada César y medias porciones de pasta, me hicieron caer en la cuenta de que la única persona entre todas las presentes que jamás había estado en N.Y. y que jamás había pisado un gimnasio… era yo.