En la formación de redes que ponen a funcionar el cerebro, el ambiente es todo: cobijo parental, sonidos, imágenes, caricias, la alimentación y también las enfermedades y las crisis.
En la columna anterior alabamos la lentitud en el desarrollo del ser humano y en especial de su cerebro. Cuando nacemos, las células nerviosas están casi calvas, igual que los recién nacidos, pero los cabellos -es decir, sus ramificaciones- se van haciendo cada día más abundantes y buscan otras neuronas para formar las redes que ponen a funcionar el cerebro. Es una construcción que no tiene ninguna prisa. El milagro de este proceso está en la formación de conexiones guiadas por estímulos procedentes del ambiente; y el ambiente es todo: cobijo parental, sonidos, imágenes, caricias, la alimentación y también las enfermedades y las crisis. En este momento del desarrollo resulta difícil distinguir el cerebro del ambiente: ellos son un conjunto funcional único. El cerebro sin ambiente se duerme; y el ambiente no existe sin un cerebro que lo perciba. Esto nos lleva a resaltar la importancia del acompañamiento cercano a los niños en este período.
Es tan importante el papel de las redes neuronales para las funciones del cerebro, que sabemos que la corteza cerebral humana tiene un volumen 2.75 veces mayor que la de los chimpancés, pero solo 1.25 veces más neuronas. Y como las neuronas tienen dimensiones semejantes y el número de células no neuronales es parecido, concluimos: las funciones elevadas de la corteza humana están relacionadas con el espacio que ocupan las redes neuronales y con su especificidad. Los lóbulos frontales son la región del cerebro con una mayor arborización de las neuronas.
Las neuronas no cambian mucho de tamaño durante el desarrollo, pero sus ramificaciones dendríticas aumentan con los días. En la vejez, el árbol dendrítico disminuye y la neurona de nuevo se vuelve calva, de modo que su desarrollo describe una parábola. Pero la rama descendente presenta constantes de tiempo más largas que la ascendente. También nos hacemos viejos y nos morimos con la estrategia de la lentitud.
Y como el desarrollo del cerebro depende de los estímulos que proceden del ambiente, puede decirse que durante el periodo crítico que va del nacimiento a los tres años la disminución de estímulos sensoriales externos o internos produce una atrofia lenta de las conexiones. Y a la inversa, un aumento de estímulos adecuados (excepto pantallas)1 produce nuevas conexiones. Esta lenta maduración del cerebro humano que ocupa una sexta parte de la vida, es única; en el caso de una rata se reduce a 6 semanas y en el de otros mamíferos a pocos meses.
¿Existe un motivo para esta lentitud? Se trata de imprimir una impronta personal al desarrollo del cerebro, ajustando las fibras del sistema nervioso a los estímulos recibidos. Desde otro punto de vista, esta lentitud sirve al proceso de humanización, a la construcción de un organismo individual. El niño en el primer septenio “lucha” -a través de la educación y las enfermedades – por separarse de la genética parental y construir el propio organismo. Y esto se hace con lentitud.
En la siguiente entrega: el tema de las pantallas en la infancia.