Tengo indignación por cuenta de ese síndrome que se da silvestre en el platanal y que en los momentos más inesperados nos deja en evidencia: las deficiencias en materias de educación y cultura son notorias y estructurales
Tengo un Yerry Mina creciéndome en el pecho. Y un Falcao y un James y un Quintero y un Cuadrado…
Pero, sobre todo, un Yerry Mina.
Si hasta lo puedo mirar. Por las mañanas, cuando me paro frente al espejo, el Yerry está ahí: en mi copete acabado de levantar, con los pelos de punta.
Y tengo camiseta amarilla, me la chanto y hago eco a la alegría de quienes se pusieron de ruana la Plaza Roja de Moscú, cantando Colombia tierra querida.
Y tengo la certeza de que el resultado del partido con Inglaterra –se jugó después de la hora de entrega de esta columna- no habrá cambiado mi sentimiento por la Selección. (Claro que si ganamos…, ningún gel podrá con mi copetón). Son contadas las ocasiones en las que los colombianos sentimos el orgullo común de serlo.
Una de ellas es el Mundial, a pesar de los amarguetas que se refieren al fútbol como el opio del pueblo. Suena el himno, rueda el balón, Mina invade la pantalla y: ¡goool!!! Nos unimos todos en una sola garganta.
¡Goool!!! Y el futuro se vislumbra diáfano. Por un rato.
Pero…, también tengo indignación, por cuenta de Nosotros Los Chachos, ese síndrome que se da silvestre en el platanal y que en los momentos más inesperados nos deja en evidencia: las deficiencias en materias de educación y cultura son notorias y estructurales. En el país, en Antioquia.
“El pueblo antioqueño creó el culto al avispado”, dice Juan Luis Mejía, rector de Eafit, en su texto, El culto al avispado.
Lo define así: “Es cañero, fafarachero, lanza, espuelón, fregao y ventajoso”. (Cualquier parecido con los chachos del video que dio la vuelta al mundo…). “Tiene agallas y se lleva a todo el mundo por delante”. (Pide la actriz del tal video: “Hablen del ingenio paisa”). “El avispado se ufana: yo no lo tumbé, él se cayó solo”. (Advierte uno de los actores: “Burlada la seguridad rusa. Ojo. Atención”, mientras el otro le sirve el trago prohibido que ingresaron al estadio, camuflado en unos binóculos).
Vergonzosa tanta fanfarronería, de la misma manera que lo es la del diario, así no tenga difusión en las redes.
De ventajosos estamos llenos. Para ellos no existen los semáforos en rojo, ni los puestos en las filas, ni los impuestos que hay que pagar. No dicen ni mu cuando en la cuenta el error es a su favor y compran certificados bajo cuerda. Y, contrario al sólo sé que nada sé de Sócrates, el bobito ese que filosofaba, estos vivitos que no las piensan, se las saben todas.
Dan pena. Aunque no estén envueltos en la bandera.
El asunto no es que los pillen o no; el asunto es el avispamiento endémico.
“Para tener una sociedad educada –vuelvo con JLM- se requiere primero una sociedad educadora”.
Mmmj, que nos falta, nos falta. Empezando porque el opuesto de ventajoso no es bobo; es co-rrec-to. Primera lección de Coquito.
ETCÉTERA: Hoy día, Pékerman puede ser santo o demonio para la prensa deportiva, pero para montones de hinchas, será por siempre el técnico que nos hizo sshhorar de puro contento y nos permitió soñar. Dentro o fuera de los cuartos de final, nadie nos quita lo bailao.