Con frecuencia el silencio irrumpe en nuestras vidas. Se instala y la necesidad de romperlo nos acosa. Pero cuando descubrimos el silencio tras buscarlo, la vida es otra cosa. Tampoco quiero hacer referencia al silencio de los meditadores, esa disciplina que nos regala Oriente y que aporta a muchos y distrae el camino de otros.
Al sonido del silencio que reúne todos los sonidos. El silencio revelador, el que se escabulle en cualquier momento, en cualquier lugar y su presencia nos devuelve quietud, mudez y espejo. Nos muestra hasta qué punto nos acorrala, inquieta y susurra lo que esperamos o lo que tememos escuchar: silencio.
Silencio atento. Más exigencia del mundo exterior, más necesidad de espacios interiores que nos atemorizan. Me niego a pensar, como lo sugieren tantos, que ese mundo está lleno de fantasmas, de bestias. Ese mundo es maravilloso y necesita silencio si uno quiere descubrir lo que también lo habita: imágenes que abren horizontes, oportunidades de dones que necesitan manifestarse. Y necesitan silencio.
Siento que el silencio cuando toma el espacio que requiere, roza con el milagro. El de la vida que se gesta ahí, el de la muerte que se gesta ahí, el del cambio que emerge desde ahí. Silencio que cuando se instala es verdad, habla desde ella, es ella, aunque luego se contradiga para que la búsqueda sea valiosa.
Porque el silencio nos toca con el misterio, es el misterio, que como el viento no se sabe de dónde viene, y cuando nos mueve, devela con la suavidad o con la violencia que el instante lo requiere. Puede generar armonía o partirnos en pedazos.
Las palabras cobran sentido cuando van cargadas de este silencio. Son preciosas, precisan. Y, como lo he repetido, ese silencio y esas palabras de ese espacio íntimo traen dicha a lo cotidiano.
Occidente es bulloso por simple ley de polaridad. Por eso me acojo al sonido del silencio que es el sonido que reúne todos los ruidos. Y es uno, dichoso. Caminar en silencio en medio de la naturaleza es un aprendizaje que reúne al hombre con su esencia. Y creo que el problema es descubrirnos tan infinitos en cada paso, en cada encuentro con cada cosa que nos cruza. Dejarnos tocar por el silencio así, siento que es el goce del verdadero amor que siempre empieza por sí mismo. Amor sin vanidad, sin arrogancia.
Silencio, amor y Borges, que siempre tiene la palabra precisa.
No digas nada, no preguntes nada.
Cuando quieras hablar quédate mudo
Que un silencio sin fin sea tu escudo
Y al mismo tiempo tu perfecta espada.
No llames si la puerta está cerrada
No llores si el dolor es más agudo
No cantes si el camino es menos rudo
No interrogues sino con la mirada.
Y en la calma profunda y transparente
Que poco a poco y silenciosamente
Inundarás tu pecho transparente.
Sentirás el latido enamorado
Con que tu corazón recuperado
Te irá diciendo todo, todo, todo.