Las IA la tienen muy fácil

Hace poco, en una conversación informal, un amigo me comentaba de un proceso de selección que estaba llevando para la compañía en la cual trabaja. Realizó una prueba creativa para comunicador y, al leer las propuestas presentadas, se percató de que había semejanzas en algunas de ellas. Cotejó y no solo eran semejanzas, eran cinco pruebas idénticas.

Movido por la inquietud se fue a hacerle algunas preguntas básicas a Chat GPT y, ¡sorpresa!, dicha inteligencia artificial le arrojó exactamente el mismo resultado que las pruebas que él estaba leyendo.

No se trata de caer en la tecnofobia y tampoco en las narrativas económicas que, desde hace muchos años, nos plantean el futuro catastrófico de un mundo dominado por las máquinas en el que los humanos son desplazados.

¡Qué delicia la tecnología al servicio de las personas, de la humanidad!; pero, si tan preocupados estamos porque las inteligencias artificiales nos reemplacen, algo deberíamos de hacer mejor que ellas.

Son muchas las tareas que realizo en alianza con las IA. Zapia, por ejemplo, me ayuda grabando y transcribiendo. Claude, me hace aportes editoriales a los textos que, tal vez, son más valiosos que algunos hechos por amigos a los que les cuesta ser descarnados conmigo; el amor a veces es injustamente condescendiente. Con Perplexity me apoyo cuando tengo que preparar clase en esa otra faceta llamada vida docente. A Chat GPT lo tengo entrenado para que me dé consejos en momentos de crisis, también para que me haga recomendaciones editoriales y análisis de discursos. La generación de imágenes, fijas y en movimiento, aún me cuesta en estética. Pero, ahí vamos.

Sin embargo, hay algunas cosas que ninguna de estas herramientas logra reemplazar y que son exclusivamente mías. Comenzaré por la creación de metáforas y de símbolos, esa vieja estrategia de supervivencia humana que a hoy resulta irremplazable. Ese símbolo que bien puede ser “estético, político y especulativo”, como lo dijo el antropólogo y cineasta Rober Canals.

También está la consciencia, esa cosa extraña que a veces falla, pero que se entrena y de la que carecen los algoritmos: expertos en calcular y combinar. También la creación en sí misma, esa extraña manía de escribir columnas, como esta, por la mera satisfacción de hacerlo. Por último, podría decir que una cosa que me tomo muy a pecho, y en la que tengo el placer de compartir manía con unos tantos más, es el gusto por la belleza.

No solo la belleza estética, pues defiendo que forma y fondo son lo mismo, también la belleza que dignifica y que pone a las personas en un nivel justo y paritario desde las expresiones comunicacionales. Eso, quiero creer, aún tiene la esencia de seres pensantes capaces de buscar sentidos.

Si no queremos ser tratados como robots, lo mejor es dejar de comportarnos como robots. Para que esto ocurra, tal vez necesitemos de pequeños espacios de resistencia en los cuales nos preguntemos, solos o en colectivo, ¿cuáles son esas cosas exclusivamente nuestras en las que podemos superar a una inteligencia artificial? También para reconocer, en cuáles podemos complementarnos.

El azar, el misterio, la atracción y el asombro son palabras capaces de superar los datos, los algoritmos y las programaciones. Son puertas de entrada a la intuición que supera la lógica, esa misma lógica que a veces pone a la libertad bajo una guillotina.

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