Allí no hay trucos de espejos, ni reflectores de luz directa, ni vaporizadores, ni estanterías hidráulicas… allí sobre cajones, tolvas y canastos todo se encuentra a la mano del cliente
/ Julián Estrada
No voy a echar cantaleta. Voy a referirme a un señor, propietario de un lugar que desde hace muchos años se le distingue (tanto a él como a su sitio) con este mismo sobrenombre: Cantaleta. Se trata de un restaurante que funciona los fines de semana, el cual de domingo a domingo también opera como sugestiva venta de frutas y verduras, gozando de una reconocida fama en todo el oriente cercano*.
Aclaro: hace 12 años escribí en este periódico una elogiosa columna sobre el chicharrón que allí preparan y lo hice porque su sabor y prestigio son incuestionables… y siguen vigentes; sin embargo, hoy lo hago por dos razones diferentes: primera, el paro camionero y segunda, la original organización del negocio. Al momento de escribir esta columna, el paro llega a sus 40 días. En cualquier país del mundo, un paro similar que sobrepase las dos semanas afecta la economía local; Antioquia, que no es un departamento de sólida economía agrícola y por lo tanto debe importar desde otras regiones de Colombia la mayor parte de su despensa perecedera; pese a los días que se acumulan, logra mantener una oferta conveniente para las necesidades del gran sector de servicios: restaurantes, cafeterías, bares, hoteles, clubes, refectorios industriales, clínicas, hospitales, comedores comunitarios, tiendas y graneros ¿Cómo lo hace? ¿Será que se le brota a nuestros paisanos, su espíritu fenicio?
Para los lectores que no conocen a Cantaleta (señor y sitio) intentaré ser sucinto en su descripción y lo haré de la siguiente manera: llegar donde Cantaleta es llegar a un garaje triple, literalmente abarrotado de cuanta fruta, legumbre, verdura, especia, hoja, semilla o grano se encuentre en cosecha o se involucre en nuestra cocina vernácula o en aquellas que hoy obnubilan al comensal contemporáneo. La espontánea diversidad de formas, colores y aromas constituyen una “puesta en escena” difícil de homologar; allí no hay trucos de espejos, ni reflectores de luz directa, ni vaporizadores, ni estanterías hidráulicas… allí sobre cajones, tolvas y canastos todo se encuentra a la mano del cliente. Llegar donde Cantaleta es constatar como un ejército de respetables y meticulosas señoras y un amplio espectro de personajes –de la más variada ralea– aún persiste en la sabia costumbre de mantener “su proveedor permanente” en algo tan importante como el aprovisionamiento de las frutas y verduras, tanto para la familia… como para el negocio.
Llegar donde Cantaleta es llegar a un lugar donde la amabilidad es original, el buen trato es espontáneo y la calidad de su oferta, la filosofía básica del patrón. Cuando se llega donde Cantaleta, da gusto constatar que aun subsisten negocios que se llevan exitosamente a pulso y donde la impajaritable ñapa – para propios y extraños – es el sello de una amabilidad auténtica.
*Cantaleta esta ubicado sobre la carretera de Medellín a La Ceja, en el paraje denominado Don Diego. Kilometro 31.