En cada Black Friday, vivimos un frenesí de consumo: largas filas, clics acelerados y una urgencia por adquirir. Pero detrás de cada compra se oculta una pregunta rara vez hecha: ¿qué valoramos realmente? Mientras los alimentos sagrados de nuestras culturas ancestrales se olvidan, nos dejamos seducir por productos masivos que a menudo no respetan ni el entorno ni a quienes los producen.
En Futuro Coca, un festival reciente sobre la hoja de coca, reflexioné sobre el significado de lo sagrado. Los alimentos no son solo objetos nutricionales. Son el resultado de complejas relaciones con la tierra, los microorganismos, los polinizadores, el agua y la luz. Pero en la vorágine del consumo, estas conexiones se invisibilizan.
Un ejemplo personal me lleva a la hoja de yuca, un superalimento olvidado que se ha desechado sin considerar su extraordinaria riqueza: proteínas, hierro y un valor ancestral incalculable. Al incorporar la hoja de yuca en nuestro producto Supermixtura de hoja de yuca, comprendimos que el impacto trascendía lo nutricional. Estábamos ayudando a retejer las relaciones que la violencia de la colonización rompió, dignificando la labor de los agricultores y promoviendo una economía regenerativa. Revalorizamos lo que antes se veía como desecho, transformándolo en una oportunidad económica. Lo sagrado no se desecha, se honra.
Sin embargo, nuestra sociedad ha convertido el consumo en un acto inconsciente. Tomemos como ejemplo la industria de la hoja de coca. Mientras grandes multinacionales como Coca-Cola se benefician de sus derivados, los pueblos que veneran la planta enfrentan restricciones y estigmas. ¿Qué dice esto sobre nuestra relación con los alimentos y con quienes los cultivan? El Black Friday personifica este conflicto entre la obsesión por consumir y nuestra incapacidad para valorar lo que realmente importa.
El alimento también tiene un papel en nuestra identidad. Al olvidarnos de ingredientes ancestrales, perdemos no solo nutrientes, sino historias y conexiones. En los Andes, se mezclaba polvo de oro con coca como acto de reverencia, uniendo lo terrenal con lo espiritual. Hoy necesitamos recuperar esa reverencia, pero no con oro, sino con conciencia.
Consumir sin conciencia tiene impactos que van más allá del alimento. Genera desechos, endeuda hogares y perpetúa un sistema que explota la naturaleza. Este Black Friday, propongo una pausa para reflexionar. Tal vez el interrogante más urgente no sea “¿qué comprar?”, sino “¿qué elegimos honrar?”. Porque detrás de cada alimento hay historias, tierras y manos que esperan ser reconocidas.
Redescubrir lo sagrado en el alimento es un compromiso colectivo. Es la oportunidad de transformar el consumo en un acto consciente, que honre tanto a la tierra como a quienes la trabajan. Al final, nuestras elecciones alimentan algo más que la economía: construyen el mundo que queremos y las relaciones que decidimos fortalecer.