Vencer la indiferencia ciudadana, cuando el riesgo aún no es un hecho, es tarea complicada. E ingrata para quienes se esfuerzan en hacer llamados de atención en relación con los denominados “bienes públicos” que, como son de todos, no son de nadie. Máxime cuando estamos acostumbrados a dejar en manos de las autoridades las soluciones antes, en y después de los problemas. En buena parte, por no ver la cuota de responsabilidad que nos corresponde en evitar que ellos sucedan.
Aparte de la imprevisión de quienes durante años han manejado los recursos hídricos y la política energética nacionales, la culpa también es nuestra, señores, aunque nos cueste reconocerlo. Y nos encante quejarnos.
Desde hace meses (años), varias entidades nacionales (internacionales), están formulando advertencias relacionadas con la dramática disminución de agua que viene padeciendo el mundo, de la cual no puede sustraerse este país, a pesar de la riqueza natural de la que tanto nos hemos ufanado y tan poco hemos cuidado. Hemos vuelto fiesta lo que nada nos ha costado. Y las fiestas se acaban. Y aparece la resaca.
En ella estamos.
A mediados de febrero, el gerente de EPM, Jorge Londoño, luego de manifestar que la disminución de los embalses había sido hasta la fecha del 70 por ciento y el ahorro en el consumo de apenas dos por ciento, formuló un llamado urgente para que entre todos ejerciéramos la responsabilidad social que nos toca y en los quince días siguientes aumentáramos el ahorro hasta un diez por ciento. En otras palabras, “nos pidió el favor” de que hiciéramos un uso consciente del agua para hacerle el quite al temido racionamiento. (Todavía no se había lesionado uno de los jugadores estrella del partido: la central de Guatapé; un corto circuito en la casa de máquinas nos tiene importando energía de Ecuador y esperando a que en cualquier momento la alerta roja se encienda).
Al momento de escribir esta columna no tengo idea de si la cuota se cumplió o no. Creería que no, a juzgar por lo que a diario veo: fuentes ornamentales encendidas; sistemas de riego accionados en jardines; garajes, parqueaderos, fachadas y carros lavados a manguera… Y uno debatiéndose entre guardar silencio para no tener problemas con la gente y hablar para ayudar a cuidar un “regalo” que nadie tiene derecho a malgastar.
Si ese es el derroche que se hace a ojos vistas, ¿qué tal será el que se hace de puertas hacia adentro?, cabe preguntarse.
Y es una lástima (y un peligro) esta inconsciencia vecinal (y planetaria) que no respeta estratos, porque lo dicho arriba es literal: estamos ardiendo. No solo por los incendios –durante la actual ola de sequía se han registrado cinco mil en el país, con un saldo de 120 mil hectáreas de bosque destruidas–, sino porque las lluvias han disminuido en un sesenta por ciento comparadas con las de hace un año y el río Medellín ha perdido un treinta por ciento de su turbio caudal. (Ni hablar del Cauca y el Magdalena, cuya subienda inundada de bocachicos ya es casi historia patria).
No tenemos alternativa, hay que ahorrar agua. Si no por convicción, al menos por conveniencia, que en este caso importa más el resultado que el motivo.
El asunto es serio, el Ideam incluyó a la ciudad en el top de las anomalías climáticas actuales; en lo que va de 2016 sobrepasamos el promedio máximo de calor en 1.3 grados. Uf!! Y, además, el Atlas Mundial de Conflictos Ambientales ubicó a Colombia a la cabeza de la exclusiva lista de potenciales conflictos originados por el agua.
El asunto es muy serio.
ETCÉTERA: Pssst, alcalde. ¿Ya supo por qué la Procuraduría y la Fiscalía se demoraron 17 días para enterarlo de un posible atentado en su contra? ¿Y por qué llegó a manos peligrosas material de Consejos de Seguridad? Porque los medellinenses no sabemos nada. Ojalá ellos le cuenten a usted y usted a nosotros. Una información incompleta es tan riesgosa como una información inexistente.
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