En los últimos años ha cobrado importancia -y va en aumento- el trabajo personal, también conocido como crecimiento personal, desarrollo personal, entre otros; el cual se refiere -en resumidas cuentas- al proceso mediante el cual una persona busca acercarse a una mejor versión de sí misma. Cada vez hay más gente iniciando la búsqueda, explorando caminos para encontrarse y para encontrar una vida más auténtica y más plena.
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Respecto a este proceso de trabajar en uno mismo, suelo encontrarme con dos posturas. Por un lado, encuentro un discurso que propone un camino de regreso a casa, volver al origen. Un proceso similar al de quitarle las capas a una cebolla, haciendo referencia a todos los condicionamientos, creencias, moldes, miedos, etiquetas, que van sepultando nuestra esencia. Desde esta perspectiva, el trabajo personal consiste en un viaje de autoexploración para recordar quiénes somos, quiénes éramos antes de que el mundo nos dijera quién/qué debíamos ser.
Por el otro lado, hay otra narrativa que habla del trabajo personal como un proyecto de construcción más que de autodescubrimiento, un proceso en el cual la persona tiene la posibilidad de elegir quien quiere ser -y/o dejar de ser- y se hace cargo de edificar esa versión, comprometiéndose activamente con la tarea cotidiana de esculpirla y fortalecerla a través de nuevas habilidades, experiencias, conocimientos, perspectivas y aprendizajes.
En mi opinión:
Ni un extremo ni el otro, los dos.
El trabajo personal es una dialéctica entre descubrirnos y construirnos. Es cierto que a través del tiempo, inmersos en un contexto cultural, social, familiar, vamos siendo permeados por una gran cantidad de normas, expectativas y exigencias que nos van moldeando y, muchas veces, distorsionando nuestra versión más pura y auténtica. Sin embargo, creo que no somos solo lo que algún día fuimos sino que somos seres en constante transformación y, por ende, creo que el trabajo personal va más allá de rescatar las partes olvidadas de nosotros mismos. Desde esta perspectiva el trabajo personal se equipara con un proceso de autoconocimiento y la verdad es que conocer algo no es lo mismo que trabajar en él y cuidarlo.
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Por otro lado, pensar que podemos construir lo que sea que queramos, que cualquier día podemos levantarnos y decidir ser alguien completamente diferente empezando prácticamente desde cero, es desconocer la importancia de nuestra historia, y negar que hay aspectos de nosotros mismos de carácter más estructural que no son modificables. Si bien, somos seres en movimiento y constante transformación, nos sostiene una estructura que permanece a través del tiempo.
Trabajar en uno mismo implica escarbar y descubrir las cualidades, miedos, creencias, patrones de pensamiento y comportamiento, deseos, motivaciones, sentimientos, fortalezas, debilidades, etc. Y tomar los materiales encontrados para esculpir la versión de nosotros que queremos ser. Es construir con aquello que hemos encontrado, algo así como construir un puente entre quiénes somos y quiénes queremos ser.
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Pensar que es solo cuestión de descubrirnos nos deja sin margen de acción, nos eximimos de hacernos cargo, quedamos inmóviles frente a un: “Así soy yo”, “Esto es lo que hay”. Y, pensar que es solo cuestión de construirnos, nos despoja de nuestra identidad y de nuestro pasado; cualquiera de los dos extremos deja incompleto el trabajo o puede, incluso, convertirse en una forma de des-responsabilizarnos. Trabajar en uno mismo es dejar de pretender que los otros cambien, es hacerse cargo, tomar las riendas, levantarse de la silla de la queja desde la cual señalamos culpables de nuestro sufrimiento y responsables de nuestras necesidades, deseos y expectativas. Es responsabilizarnos de nuestra propia vida, de nuestros deseos y necesidades, de nuestro cuidado, de nuestro malestar y nuestro bienestar. Trabajar en uno mismo es dar el paso del victimismo a la autogestión.