No hay discusión. Medellín se tomará un buen rato para recuperar el rumbo y la estabilidad, que hicieron agua durante los cuatro años recientes.
Como también lo hizo su autoestima. Una administración nefasta, que entró prometiendo una mirada de futuro y de avance tecnológico, de salvación de la ciudad, pero que no tardó en equivocar las prioridades.
Fue muy efectiva en mantener un disfraz de pulcritud y buenas prácticas que, complementado con un derroche de palabrería rimbombante pero hueca, realmente confundió a muchos durante largo tiempo.
Afortunadamente, el resultado electoral para la alcaldía fue contundente, aplastante, prueba irrefutable de que los habitantes de Medellín sí compararon y comprendieron quién le ha hecho bien de verdad, y quién, proclamando que lo ha hecho mejor que nadie, en la práctica ha hecho tanto mal a la ciudad.
Pero, como con tantas cosas en la vida, tal vez había que probar para saber y para creer. Ya probamos y aprendimos todos. Ya no le será tan fácil al próximo culebrero de pueblo enredar con su verbo prodigioso a la comunidad.
De la misma manera que el gobierno errático y superficial que hoy tiene Colombia servirá para alejar a la izquierda de sus posibilidades futuras de gobierno.
Ya los votantes, a todos los niveles, se está dando cuenta de que por ese lado hay demasiada carreta, retórica vacía, demasiados anuncios y frases originales, pero muy poco -patéticamente poco- de aquello de saber gobernar un país.
Volviendo a Medellín, y volteada ya la negra página, es hora de concentrarse en otras metas. En metas más grandes, más ambiciosas, más disruptivas. Medellín ya ha logrado posicionarse como un destino internacional importante.
Es, de hecho, aspiracional para muchos extranjeros instalarse en Medellín. Aquí encuentran la combinación ideal de capacidad empresarial, clima y calidad humana de sus habitantes.
Qué bueno aprovechar ese buen momento, esa buena vibra y ese prestigio para pensar en grandes sueños que realmente nos proyecten a otro nivel y nos lleven a mejorar de manera sustancial la calidad de vida de todos los habitantes de Medellín.
Pero sin una mejor infraestructura física y cibernética, de categoría mundial, pronto habrá copado su capacidad y se verá sobrepasada por otras ciudades latinoamericanas. Qué pobre aeropuerto tenemos, qué vías tan insuficientes, qué baja la velocidad de internet, qué lamentable nivel de inglés… ¿Dónde están los líderes que definan estas metas casi imposibles pero inspiradoras (moonshots en inglés), que nos guíen y definan durante 10 o 20 años? ¿Que canalicen miles de millones de dólares de inversión que andan por el mundo buscando propósito?
Si los políticos no son capaces, tal vez por estar mirando solo en términos del siguiente ciclo electoral, ¿entonces serán los empresarios los llamados a asumir el liderazgo? ¿O tal vez la academia a través de las universidades de primer nivel con que contamos en la ciudad? ¿O entonces los influencers, que también los hay profundos y de muy alto nivel?
¡Si este no es el momento para pensar en grande, ninguno lo será!