Tengo un ritual por las mañanas: saborearme, con parsimonia, un americano que me potencia la alegría de vivir. Lástima que ahora me está sentando mal. ¿Tocará dejar el gustico? Necesito recomendaciones al respecto, antes de que sea demasiado tarde. Antes de que me empiece a parecer al que se desaparece por horas o días, para reaparecer cargado de tigre. Y antes de que me empiece a volver impuntual crónica, trinadora compulsiva, promesera impenitente, creadora de falacias…
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Ay, no. No fue sino que Gustavo Petro admitiera que sí tiene una adicción y que la misma es al café, para yo entrar en pánico. De verdat, verdat. ¡Una dicotiledónea nos une! Mientras resuelvo este punto de inflexión, del que culpo a la colega María Jimena Duzán -adoratriz arrepentida de “Gus”-, quien al conminarlo públicamente a revelar la sustancia que lo desvela -a estas alturas ya casi nadie lo duda-, lo obligó a saltar a la arena, cual remedo de gladiador: exhibiendo, en lugar de musculatura, un raspón de colegial en la rodilla, y en lugar de escudo, una taza humeante de café. (Hasta tierno).
¿Tenía que ser de café? ¿No podía ser de changua, cuchuco, mazamorra, batido de apio? Mientras resuelvo la vaina, decía, y previo permiso de ustedes, dejaré para la posteridad, algunos adelantos de lo que una pitonisa leyó en el poso (sí, con ese) del café de Petro. Según ella, al lado de los datos arrojados por el fondo de la taza presidencial, los de la Piedra de Rosetta son un mero balbuceo de la Historia.
Tradujo, por ejemplo, que previo al discurso ante la ONU, aquel de: “El ser humano debería cumplir su misión de expandir el virus de la vida por las estrellas del universo”, se había incorporado el contenido total de la greca; que su obstinación en no condenar la invasión rusa a Ucrania y el terrorismo de Hamás contra Israel -ambas acciones deplorables, independiente de que las reacciones también lo sean- se debe a que abona la esperanza de ser invitado, algún día, a un café moscovita con Putin y Asociados; que cuando manifestó que la jornada electoral del 29 de octubre había transcurrido en santa paz, en todo el territorio nacional, no se había aplicado su dosis personal de café y cuando, luego de los resultados, levantó un mapa en el que el Pacto Histórico ganaba hasta en Bogotá, se lo había bebido verde.
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Tradujo, también, que a la polémica e incomprensible Paz Total -más parece un experimento populista que una política de Estado estructurada-, se la están merendando a “mordiscos”, mientras él, mirando a otro lado, revuelve el contenido del pocillo con el multiusos Mirado #2; que sus escapadas a tanquearse con el aromático líquido, son directamente proporcionales al poder que están adquiriendo los miembros de la guardia pretoriana que mienten al país para cubrir sus ausencias; que las opiniones que expresa sobre el Metro de Bogotá son al aire libre o soterradas, según sea claro u oscuro el primer café del día; que frente a su termo rebosante, y apenas a quince meses de gobierno, dos de sus áulicos, agarrados de las mechas, le están corriendo la silla; que… Se me acabaron el tintico y el espacio.
ETCÉTERA: Igual que la carta de Duzán, esta columna también fue escrita con todo respeto, señor Presidente.