Las ferias de avales, de apoyos y abandonos, de chismes rodados, de propaganda contaminante, de imposiciones partidistas desde la capital, de declaraciones altisonantes… nos hacen cuestionar los verdaderos motivos que subyacen en la mayoría de los afanes, mal disimulados, por triunfar en las urnas.
Si hablamos de Medellín, por ejemplo, surgen –me surgen– dos interrogantes elementales: ¿Es la ciudad, su gente, su presente y su futuro lo que en realidad empuja a los candidatos al berenjenal de promesas y consecución de votos? ¿Es el pulso vanidoso que libran entre sí, ellos y las colectividades o movimientos o alianzas de ocasión que los soportan, para marcar territorio y fungir de machos alfa de esta manada de urbanitas? (Lo de manada es porque a veces ejercemos de idiotas útiles de la democracia, dejándonos llevar de la ternilla a inmolar nuestra “X” en el tarjetón. Una “X” invaluable, que tendría que ser producto de profunda reflexión).
Mucho me temo que, con muy pocas excepciones, es lo segundo. Las ansias de poder, antes que la vocación de servir, son las que acostumbran marcar el derrotero a los aspirantes. El poder –traducido en cuotas, clientelas, puestos, pagos de favores, intereses, etcétera- ejercido donde sea y como sea.
No faltará al que le dé lo mismo ser alcalde aquí o en cualquier parte. Y hay votantes a quienes ese interés intempestivo y superficial los deja impávidos. De ahí que los resultados de las encuestas no siempre se compadecen con el mayor o menor conocimiento de la ciudad que demuestran tener los aspirantes. (Además, claro, de lo fundamental: decencia, coherencia, solvencia intelectual, gerencia, etcétera).
La maquinaria hace muy bien la tarea, qué incipiente es nuestra cultura política. Y qué estrecha: comienza y termina con las elecciones y su parafernalia.
Hay que pensar, sí, que de algo habrán de servir, en el momento de decisión, los esfuerzos periodísticos que vienen realizando algunos medios –entre ellos Vivir en El Poblado– para divulgar las propuestas de los candidatos a la alcaldía en relación con temas sensibles para la ciudad y sus habitantes. Por eso hay que leerlas y discutirlas. Y ojalá controvertirlas o complementarlas. (Si oyeran…). Sería lo ideal, nos esperan cuatro años bajo la batuta del elegido. Un tiempo muy largo para hipotecarlo por un plato de sancocho.
De la inseguridad callejera y de los problemas de movilidad –a mi juicio, los dos grandes talones de Aquiles de la actual administración– hablan, sin excepción, los seis finalistas. Ojalá tales desvelos no se parezcan a los expresados por las reinas de belleza en la noche de coronación: la niñez desamparada y la pobreza mundial. Por lo gaseosos, digo.
En todo caso, sea esta la ocasión para resaltar la continuidad de la presencia respetuosa y efectiva de la alcaldía en la tarea de reinvención que han emprendido, de tiempo atrás, en barrios de tantas comunas estigmatizadas que por estos lados sentimos tan ajenos. Tuve la oportunidad de comprobarlo de primera mano en la reciente inmersión que hice en Aranjuez para la serie Vivir en Medellín de este periódico y, como ciudadana, no puedo menos que manifestar mi gratitud con Aníbal Gaviria y su equipo. (También por los apoyos a Mayo por la Vida, la Fiesta del Libro y tantos otros eventos gratuitos e incluyentes que se han afianzado en los últimos cuatro años.)
ETCÉTERA: Entre Alonso Salazar y Federico Gutiérrez tengo “el corazón partío”, como diría Alejandro Sanz. No sé si en realidad pasó lo que oí decir que pasó con la esperada y frustrada alianza. Los trinos de ambos dejaron en el aire más dudas que certezas. Perdimos una gran oportunidad de aunar esfuerzos por la Medellín que queremos, es una lástima.
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