/ Juan Carlos Franco
No es usual para esta columna tratar el tema de la guerrilla colombiana ni del proceso de paz. Raro para un columnista de temas urbanos aventurarse en semejantes profundidades. Pero caramba, lo que estamos viendo y viviendo en meses recientes lo hace inevitable. Hay que pronunciarse.
Hemos visto de manera contundente, ahora que andan tan visibles y mojando tanta prensa, cómo piensan y reaccionan estos personajes ante diversas situaciones. Es realmente sorprendente –o mejor, despreciable– su astucia y originalidad para manipular la información y retorcer los hechos hasta hacerlos coincidir con su angosta manera de entender la vida. Sin titubear ni ruborizarse. Veamos.
Un comunista puro y duro jamás pierde una, jamás le concede ni un ápice a su oponente. Sería degradante y en contra de su doctrina. La derrota y la equivocación no existen en su diccionario, se consideran categóricamente infalibles. Y si alguna vez llegan a insinuar alguna falla, seguro no fue por culpa suya sino del establecimiento. Son impermeables a los hechos. Que el comunismo haya fracasado de manera funesta e irreversible en todos los países y épocas en que se ha intentado, ¿acaso es tomado como señal de que ese camino está equivocado? No, su lógica es exactamente al contrario. Para ellos, dichas sociedades no han colapsado por comunistas sino porque les quedó faltando comunismo. Y a pesar de toda la evidencia en contra, nada los hace dudar de que si ellos llegan al poder sí lo harían perfectamente. Basta con derrotar (¿destruir?) a la burguesía y en breve habría prosperidad para todos.
Todo esto denota básicamente gran inmadurez e ingenuidad. Diríase un infantilismo simplón para entender la vida, la sociedad, la economía. Si no es como ellos dicen, entonces no es. Párvulos intelectuales.
Atacan la infraestructura del país porque, dicen ellos, es propiedad de las clases burguesas y por tanto válida como objetivo militar. Que le sirva a todos los segmentos de la población, que sea la base del sustento de tantas personas de escasísimos recursos, ¿eso qué importa? Que si vuelan un oleoducto y destruyen el medio ambiente para siempre, ¿eso qué importa? Todo vale con tal de golpear a su enemigo. Destruir la vida de 100 pobres es aceptable si con ese acto criminal consiguen dañar a un “burgués”. Y si ocasionan horrendos daños ecológicos, lo máximo que atinan a decir, con su petulancia típica, es que son “consecuencias indeseadas”. Como si volar el oleoducto fuera ineludible. Como si no supieran lo que iba a pasar. Como si fueran ellos los que ayudaran a limpiar. Jamás aceptarán que fue un error.
Y si de pronto Colombia llegara a ser azotada con la monstruosa desgracia de un gobierno de esta gente, ¿cómo cambiarían los papeles? Esa infraestructura que hoy, según dicen, es burguesa y debe destruirse, ¿pasaría al otro día a ser del pueblo, o mejor dicho, de ellos? ¿Creerán que no van a tener su contra-guerrilla que los joda todos los días, ya que ellos se convertirían en el nuevo “establecimiento”? ¿Y creerán que entonces nadie les va a volar “sus” torres de energía ni “sus” oleoductos? ¿Qué declaraciones pueriles y contraevidentes darían si acaso algún día son ellos los responsables del orden público y el bienestar de la población? La incoherencia es su bandera pero, ¿acaso les importa si poseen un arsenal infinito de excusas y huecas justificaciones?
Finalmente, por más que critiquen y quieran destruir el capitalismo y sus élites, ellos difícilmente podrían ser más elitistas y burgueses. Mantienen inversiones de todo tipo, incluyendo preferentemente la droga. Son más capitalistas que sus enemigos.
Qué porrazo van a darse –pero que jamás llegue el infausto día– cuando se den cuenta que el mundo real, que obviamente no conocen, ¡no funciona a punta de fusil!
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