/ Álvaro Navarro
Regreso una vez más a los recuerdos de mi casa paterna. En más de una ocasión, he comentado que los vegetales y las verduras no eran el fuerte de nuestra dieta familiar. En ella eran aceptados, sin protestar, el arroz, el maíz, los bananos, los plátanos en sus diferentes modalidades, los frisoles y las yucas.
Para ilustrarlo, me referiré a aquella ocasión en la que llegué al mediodía a casa con un hambre pantagruélico, luego de haber participado en un largo ensayo de marcha para un desfile de la Bolivariana –no recuerdo si para las fiestas de la misma o para una procesión del Sagrado Corazón–, y en mi mente me preguntaba: ¿qué será lo que vamos a almorzar hoy?
Fue simultáneo el abrir la puerta y encontrar la casa invadida por un olor extraño y poco invitante. Hago un paréntesis para comentar que en esos años lo normal era vivir en una casa grande con varios patios y no en los apartamentos de hoy, en los que dicho olor, pienso, haría desocupar el edificio. Pues bien, ante la inocente pregunta de “¿qué es ese olor tan feo?”, mi madre, con una sonrisa beatífica, contestó: “Hoy les tengo de sorpresa una rica sopa de coliflor”.
Los hermanos fuimos llegando uno a uno y, sin ponernos de acuerdo, nos negamos a degustar la “rica” sopa. Lógicamente, al no comernos la sopa tampoco hubo plato principal y mucho menos postre.
Pasaron los años, mi madre jamás repitió el ensayo y cuando me casé, la coliflor nunca hizo parte del menú de la casa. Pero un día –cuando vivía en Washington– en una clase de cocina, la chef Mimmetta Lo Monte indicó que el menú para ese día incluiría pasta con coliflor al horno. Mi mirada fue de pocos amigos y ella me dijo: “Verás que te va a gustar, no tiene que ver con la sopa de tu madre”. Y tenía razón.
Ahora les contaré, en forma sucinta, cómo se hace.
Ingredientes para ocho personas: 1 kilo y medio de coliflor, 1 cebolla mediana, picada finamente, media taza de aceite de oliva, 100 gramos de pasta de tomates, 6 filetes de anchoas en forma de puré, media taza de almendras doradas en una sartén con un poco en aceite de oliva, 2 cucharadas de nueces picadas, 2 cucharadas de uvas pasas (hidratadas previamente durante unos minutos en agua tibia), 300 gramos de rigatoni o alguna pasta corta, queso parmesano rallado, sal y pimienta al gusto.
Para la preparación: limpiar la coliflor (blanqueada dos minutos en agua hirviendo), separar las flores y cortar los tallos en rodajas no muy gruesas. En una sartén, poner a cocinar la cebolla en aceite de oliva y a fuego alto, hasta que empiece a cambiar de color. Agregar la pasta de tomate, revolver todo y cocinar otro par de minutos. Bajar el fuego a medio, agregar una taza de agua y las anchoas. Sin tapar, cocinar la mezcla cinco minutos. Añadir la coliflor, revolver bien, tapar y cocinar diez minutos. Adicionar las almendras, nueces y uvas pasas, revolver y apagar el fuego. Verificar el sabor y agregar la sal y pimienta que sea necesaria. Mientras se hace lo anterior, cocinar la pasta siguiendo las instrucciones del fabricante. Cuando esté lista, pasar la pasta a la sartén revolviendo todos los ingredientes.
Precalentar el horno a 175 Centígrados (350º Fahrenheit). Poner un poco de aceite en un molde que pueda ir al horno, y añadir una capa de la mezcla de coliflor, una capa con el queso, y así sucesivamente dos capas adicionales. Llevar al horno por 40 minutos. Sacar del horno, cortar en porciones y acompañar con una copa de vino tinto.
Después de probar este plato me volví adepto a la coliflor.
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Buenos Aires, abril de 2015
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