/ Bernardo Gómez
A lo largo de la historia, el hombre, de diversas maneras se ha esforzado por autodefinirse, por entenderse y entender a los otros que, como él, se encuentran inmersos en el océano de los interrogantes de su naturaleza; esto, gracias a lo que describe Viktor Frankl como una dimensión única y exclusiva que posee cada hombre y que lo hace radicalmente distinto a los demás seres: la dimensión espiritual, la cual lo capacita para preguntarse y responder por sí mismo, por el sentido de su vida y de su historia. De tal manera se afirma que lo espiritual en el hombre no es dogma de ninguna religión, es estrictamente un dato antropológico que nos ayuda a acercarnos un poco más al ser y a entender su singularidad.
La pregunta por el sentido es una prueba de que el ser humano no es un simple hecho natural; no se trata de negar su dimensión carnal o biológica, pero se indica con ello que su ser no se agota allí. En general, la mayoría de investigadores y científicos en la actualidad coinciden en estimar al hombre como un ser biopsicosocial y espiritual; modelo que nos permite obtener una visión integral y superar los reduccionismos antropológicos.
Platón definió al hombre como “animal bípedo e implume”. Algún filosofo rival, con ánimo de burlarse, se presentó en la academia con un pollo desplumado y declaró: “He aquí el hombre de Platón”. A nuestro filosofo no le quedo más remedio que reformular su definición, que precisó diciendo: “El hombre es un animal bípedo e implume, con uñas planas”. El tiempo ha ido perfeccionando y descubriendo nuevas maneras de entender y acercarse a la comprensión del ser humano, sin embargo, es claro que nadie tiene ni tendrá la ultima palabra. José María Cabodevilla, en su libro La sopa con tenedor, pone en escena a un ángel, un tanto irreverente, que es enviado a la Tierra con el encargo de escribir un informe sobre los hombres y mujeres de los cuales algún día será su ángel guardián. Su definición, un tanto cómica, expresa de manera estupenda la verdad y la complejidad de los seres humanos: “Animal bípedo, autoconsciente, versátil, neurótico. Un ser muy complicado, el hombre. La complicación afecta todas sus funciones. Piensa y ama y sufre complicadamente”. Continúa aseverando que el hombre es como un ciempiés con juanetes, que además inventó el pleonasmo, la carrera de obstáculos, los botones de las camisas y los problemas filosóficos. En conclusión, afirma el ángel, que es verdaderamente complicado y lo resume con un ejemplo burlón, declarando que en el presente, como en el pasado, el hombre, en vez de acercar el taburete al piano, sigue empeñado en arrastrar el piano a donde está el taburete.
El hombre es, y será siempre, una tierra nueva por explorar y descubrir, ya que posee la singular cualidad de elegir ser esto o aquello, contrario a los demás seres vivos. Un caballo nace y muere como caballo, no tiene otra alternativa, sin embargo el hombre es, en esencia, un ser inacabado, abierto a las posibilidades; posee la potestad de ser ser un ángel o una bestia, o las dos al mismo tiempo.
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