/ Álvaro Navarro
Cuando Elvira Lindo, reconocida comunicadora social y escritora española, llegó a los 40 años se fue a vivir a Nueva York por un tiempo. Lo hizo en compañía de su esposo, que había sido designado como director del Instituto Cervantes en esa ciudad. Sus experiencias de vida en La Gran Manzana dieron lugar al delicioso y perspicaz libro que lleva el título de la columna de hoy.
En él comparte historias, secretos y lugares conocidos durante sus años de vivienda en el Upper West Side de Manhattan, los que incluyen museos, salas de conciertos, iglesias, supermercados, carnicerías, panaderías, tiendas especializadas, restaurantes; en fin, esos lugares especiales que cada uno de nosotros conoce en su ciudad o barrio y que muchas veces no compartimos con los terceros por modestia, o por temor, o por el ánimo egoísta de poseer la información privilegiada.
En el viaje que en noviembre hicimos a Nueva York nos dejamos guiar por Elvira Lindo y encontramos lugares entrañables que, pienso yo, a no ser por el libro, no hubiésemos conocido.
Decidimos establecernos fuera del centro de la ciudad y radicarnos en un hotel del lado izquierdo de la isla (Upper West Side), cercano al Central Park, al Met (Museo Metropolitano de Arte) y al denominado East Side (lado Este): el vecindario rememora las películas de Woody Allen, con sus casas bajas protegidas del sol por árboles centenarios, enfrentadas a calles tranquilas por las que de vez en cuando un vehículo circula lentamente. El transporte en la zona es muy bueno y el desplazamiento hacia el centro de Manhattan muy accesible a través de una vigorizante caminada, o utilizando el metro o los numerosos buses que transitan por el vecindario.
En estas circunstancias logramos convivir con la vida del barrio y tener una visión diferente y más amable de la ciudad. Caminando desde nuestro hotel 200 metros en cualquier dirección, teníamos acceso a panaderías artesanales que trabajan únicamente con masa madre; a una tienda especializada en salames y embutidos italianos; a tres de los mejores supermercados de la ciudad con productos frescos de granja y ofertas de carnes, pescados y mariscos fresquísimos y, para completar, con una inmensa variedad de quesos provenientes de todos los lugares de la tierra; a una sala de té emblemática donde desayunan, almuerzan o toman el té los vecinos del barrio; a tiendas de licores para comprar las bebidas necesarias para la supervivencia; a librerías, etcétera.
¿Y cómo disfrutar de todo esto?, fue la pregunta inicial. Seleccionamos un hotel en el corazón de la zona, buscamos un departamento que tuviera cocina y comedor. Cada vez que necesitábamos, comprábamos nuestra comida en cualquiera de los supermercados y por la tarde cocinábamos nuestra cena, la que, por ejemplo, un día consistió en atún rojo fresco cocido a la parrilla sobre hinojo, otro día en risotto de langostinos, otro día fue pasta con pesto genovés… Comimos igual o mejor que en los restaurantes del vecindario, en el ambiente distendido de nuestro hogar temporario, a un precio significativamente menor que el de los restaurantes, lo que nos permitió disfrutar de vinos de excelente calidad a precios que son una fracción de lo que se pagaría por ellos en cualquier restaurante.
Ciudades como Nueva York, París, Madrid o Barcelona facilitan tener estas experiencias y hacer un turismo distinto y más entretenido. En las dos próximas columnas compartiré con los lectores dos restaurantes de precio moderado y dignos de ser visitados en su próximo viaje a La Gran Manzana.
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Buenos Aires, enero de 2015
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