/ Juan Carlos Franco
Según el POT recientemente aprobado, en Medellín vamos a pasar de unas migajas de espacio público por habitante (4 m2) a una cifra mucho mayor –aunque aún modesta– de 16 m2. Crecimiento que tomaría 15 años de trabajo constante.
La ciudad tiene ya una dirección clara que no les puede dejar dudas a los siguientes alcaldes sobre lo que necesitan y quieren los gobernados.
No obstante, el anuncio no ha despertado en la ciudadanía la reacción entusiasta que cabría esperar. Tal indiferencia podría deberse a que la gente no conoce el impacto que los buenos espacios públicos –en especial los parques– tienen sobre la calidad de vida.
Espacio público hemos tenido, pero tan poco y tan precario que los medellinenses ni nos enteramos que nos hace falta. Y no se trata simplemente de diseñar y construir buenos parques: la clave está en su operación y mantenimiento. Cierto, de alguna manera ya sucede con las ciclovías en Medellín, que en semana son calles comunes y corrientes, pero los domingos y festivos, con algo de magia e imaginación, hacen felices a más de 50000 personas al mes.
¿Cómo lo logran? Con reglas simples, claras y consistentes, y con presupuesto generoso para que un grupo grande de jóvenes bien entrenados oriente al usuario y controle cada cruce vehicular. La gente ha respondido, haciendo ejercicio en masa cada domingo. Y lo más importante, apropiándose de ellas. Hay ventas ambulantes pero en su justa medida, que ofrecen productos y servicios relacionados con las actividades que allí se hacen. Las ciclovías se han convertido en punto de encuentro primordial de la ciudad, seguramente más satisfactorio, democrático y barato que un centro comercial. La población ya las siente como un derecho adquirido y por nada del mundo aceptaría su reducción o eliminación.
Igual se puede hacer con cualquier parque, aun si es pequeño. Solo se necesita imaginación. Y presencia institucional amplia. O sea, suficiente personal de vigilancia y aseo. Y los domingos, recreación. Y que las ventas ambulantes estén estrictamente controladas. Y que el mantenimiento sea fanático: lo que se daña hoy se repara hoy, máximo mañana.
Es más o menos la misma filosofía del metro de Medellín. Los usuarios cambian de actitud cuando entran allí. Adquieren sentido de pertenencia y están preparados para cumplir las normas sin ningún problema y para integrarse sin misterios con los demás estratos sociales. Además, aumenta el orgullo la sensación de que algo tan bueno solo ocurre en Medellín y no en las demás ciudades del país.
Es también la filosofía de las escaleras automáticas en la comuna 13, que además de cumplir con su función de subir y bajar gente, desarrollan sentido cívico y de pertenencia en sectores sociales que jamás lo habían tenido. O del metrocable. O de las UVA. O de las bibliotecas. O de las huertas comunales en las altas laderas de Medellín.
Pero el parque que podría cambiar a Medellín y a sus habitantes para siempre es el parque lineal del río. Genera controversia y asusta, pues contempla enterrar parte de las vías paralelas al río. Buena metáfora: arriba los habitantes, abajo los carros. Si se entierran las vías justo al lado del río habría miles de problemas con tuberías, conducciones y quebradas, pero si se entierran justo bajo el lecho los problemas se reducen pues casi nada cruza el río por debajo.
El río dejará de ser obstáculo, patio trasero y cloaca hasta volverse punto de encuentro, de diversión, de integración y de cohesión social. Y así, de a poquitos, los habitantes empezaremos a recobrar la ciudad que hasta hoy venimos perdiendo por insistir desde siempre en las prioridades equivocadas.
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