/ Juan Carlos Franco
Es altamente probable que este año usted haya pasado tiempo importante atascado en uno de los megatrancones que se están formando con frecuencia cada vez mayor en el Oriente cercano antioqueño.
Muy factible también que haya ido usted un domingo de puente, temprano en la tarde, muy contento a disfrutar de los paisajes y el clima de El Retiro, La Ceja o Llanogrande, tal vez a almorzar, y encuentre que desde dos kilómetros antes del Alto se forma una larguísima cola que no parece tener explicación…
Que luego de pasar 15 o más minutos mientras llega a la glorieta de Indiana se dé cuenta de que no hay accidente ni retén policial o militar, ni manifestación. No, es solo que el tráfico de tan importante troncal se bloquea cada vez que un cliente de un concurrido restaurante –ubicado en plena glorieta, usted ya sabe– desee entrar o salir…
Que usted siga su camino preguntándose cómo puede permitirse aquello y se encuentre con una situación similar antes de llegar a La Fe: cuidadores de carros que continuamente detienen el tráfico para que sus clientes entren o salgan. Es que aquí nos gusta hacer los restaurantes casi hasta la berma, usted sabrá disculpar…
Ya un poco indignado se acerca usted a Llanogrande y ahí puede pasarle lo mismo. Peor si está llegando allí desde el aeropuerto, ¡qué tal el trancón en el cruce con la vía principal hacia Rionegro! Y si tiene la mala suerte de que justo ese día hay algún evento en la zona, cuente con colapso fijo de la vía, como el pasado domingo de puente en el que se hizo la feria El Pulguero. Tal vez usted lo vivió o escuchó reportes de más de una hora tratando de cruzar hacia o desde Rionegro.
Y si usted tiene amigos comunicativos que viven o trabajan en el Valle de San Nicolás, pronto le harán saber que también durante la semana los trancones ocurren todos los días. Cualquier entrada o salida de colegio implica casi parálisis de circulación. Usted trataría de consolarse pensando que debe haber alguien al timón tratando de resolver estos gravísimos problemas de tránsito. Pues desilusiónese de una vez: como en la zona confluyen muchos municipios, el problema de vías es de todos y es de nadie.
Cada alcalde de los nueve municipios manda en su pueblo y maneja su propio presupuesto para obras de su población, no para impulsar proyectos regionales. Las cámaras de comercio o asociaciones de municipios discuten el tema y tratan de crear conciencia, pero no tienen dientes ni presupuestos para acometer obras públicas. ¿Crear una nueva Área Metropolitana para la zona? Sí, claro, ¿pero cuál municipio acepta entregar para siempre parte de su soberanía, presupuesto y burocracia? Y, entonces, ¿qué papel juega la Gobernación? Pareciera ser la entidad idealmente posicionada para resolver el problema, pero como desde hace tiempo está sumergida en el mediocre proyecto del Túnel de Oriente, no le queda espacio para asumir liderazgo efectivo. ¿La Nación? Pasa de agache, pues ya está jugada con las Autopistas de la Prosperidad.
Quedan, por último, los concesionarios Devimed y Túnel Aburrá–Oriente que tienen en concesión casi todas las vías de la zona. Su interés primordial es que el mayor número posible de vehículos circule por su vía para aumentar el recaudo de peajes. Hicieron ya dobles calzadas en Palmas y Autopista Medellín–Bogotá y tal vez podrían hacer lo mismo con las vías principales del Oriente. Pero si no encuentran liderazgo real de alcaldes, gobernadores o ministros, se quedarán muchos años haciendo solo mejoras menores a sus vías. Y nosotros cada vez más atrancados y sin esperanzas.
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