/ Álvaro Navarro
Sentir el tirón de un dorado sacando línea desesperadamente del carretel y observarlo brincar sobre el agua, cuando termina su alocada carrera, es para un pescador de mosca una de esas sensaciones inolvidables; su recuerdo será el que tarde o temprano lo hará regresar al lugar donde se generó esta sensación.
Después de diez años regresé a la localidad de La Paz, situada sobre el río Paraná, en la provincia de Entre Ríos, a unos 700 kilómetros por carretera desde la ciudad de Buenos Aires. El viaje es bastante confortable, en su mayoría se transita por rutas de doble calzada, lo que da la oportunidad de disfrutar de paisajes de tierras dedicadas -en su mayoría- a la ganadería, a grandes plantaciones de cítricos o finalmente a agricultura con alto grado de mecanización.
Esta zona de la provincia fue desarrollada a fines del siglo 19 y principios del 20 por familias de inmigrantes provenientes de Suiza, Alemania, norte de Italia, Francia y el País Vasco, las que se asentaron manteniendo la cultura y costumbres de sus lugares de origen.
Costumbres que dieron lugar a los deliciosos quesos, salames y salamines que se venden a lo largo de la ruta, una vez que se deja la provincia de Buenos Aires y se cruza el imponente puente sobre el río Paraná, denominado Zarate – Brazo Largo. Bien vale la pena hacer una parada en el camino y aprovisionarse de estas exquisiteces, para ser consumidas como picadas durante los días de pesca.
Como decía, regresé después de 10 años, encontrando a la hostería Posta Surubí igual pero mejor de lo que la había conocido. Digo igual porque el entorno y amabilidad de sus dueños y personal sigue siendo inigualable; digo mejor porque se ve y se disfruta de la dedicación y trabajo profesional realizado por don Jorge Beliz, su esposa Mary, su hijo Adrián, y Orlando Galván, mi guía de cabecera.
La posta está ubicada sobre una barranca en la margen izquierda del majestuoso Paraná, cuenta con diez confortables habitaciones, dos departamentos, una piscina, un salón para eventos y reuniones, un comedor para desayunos y un restaurante adjunto, “La Canoa”, con gastronomía y servicio de buen nivel; todo lo anterior complementado con siete lanchas “tracker” guiadas por personal experto que conoce a la perfección el río, sus afluentes y dédalo de canales y sitios de pesca. Las embarcaciones cuentan con los equipos necesarios para enfrentar la pesca de los grandes peces que habitan el río y afluentes: el surubí, el pacú, la boga, el mandubí, el moncholo y finalmente el codiciado dorado.
En la posta el día empieza temprano, a las seis de la mañana se inicia el apronte de embarcaciones, a las siete se desayuna y antes de las ocho todo el mundo está navegando en busca de la pesca de sus sueños. En mi caso, al pescar con mosca, lo que se busca son doradillos. Dorados jóvenes llenos de energía y listos para dar una buena pelea antes de llegar al bote y regresar sanos y salvos al río.
Al medio día se hace un alto en el camino, se identifica algún sitio de costa reparado del sol y del viento; por arte de magia aparecen sillas, mesas, vajilla agua, refrescos, vino, queso y salames. Mientras se hace el asado se comparte la picada, se rememoran momentos de la pesca de la mañana y se sueña con la de la tarde. Después de almorzar se hace una corta siesta y a continuación se regresa el río para completar la jornada, regresando a casa a la caída del sol.
Por la noche, en “La Canoa” se podrá disfrutar de la cena en un ambiente cordial y distendido. La carta ofrece opciones para todos los gustos: peces de río, pastas artesanales, carnes a la parrilla, etcétera. La familia Beliz desea que sus clientes tengan una buena estadía, regresen contentos a casa y retornen a la posta muchas veces. ¡A fe que lo han logrado!
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Buenos Aires, septiembre de 2014.
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