Del #MundialBrasil2014 se ha dicho todo, se puede pensar. Pero no es así. Hasta que llegue el turno a Rusia, nos quedan cuatro años de balance por delante. Bueno, dos; los primeros. Los otros dos estarán copados con los pormenores preliminares del encuentro del 2018. Así que, mientras hacemos el duelo a este Mundial que, en especial para los colombianos fue una maravillosa exhibición de juego limpio y emociones colectivas, preparémonos para el be continued de la explotación de la cantera futbolística. Preparémonos para que nos saquen la piedra, mejor dicho.
Desde el domingo se inició una nueva era, la de la vuelta sin fin a la tuerca. Ahora es cuando los comentaristas deportivos –con conocimiento y ponderación, algunos; con pedantería y gritería, el resto– volverán una y otra vez al mordisco que le pegó Suárez al italiano; al llanto del marfileño mientras sonaba el Himno Nacional de su país; a las desafortunadas caricaturas contra jugadores colombianos que dieron la vuelta al mundo, y las consecuentes amenazas de muerte contra el caricaturista belga y contra la tontarrona embajadora de la Unicef, que dio un RT sin saber a qué, poniendo así a circular una ofensa innecesaria; a la fuerte entrada de Zúñiga que lesionó a Neymar en un turbado partido, y a las consecuentes amenazas contra su vida que circularon por las redes sociales –se están volviendo más comunes estas, que las tarjetas amarillas; son tantas las pasiones y los billetes que se mueven en las apuestas…–; a la ausencia de Falcao; a la anulación del gol de Yepes; a las estadísticas sin fin, que van de las más serias e ilustrativas a las más insulsas; a como debieron hacerse las alineaciones, nada tan fácil como ejercer de director técnico a posteriori…
Volverán una y otra vez a los pases millonarios de los futbolistas más rutilantes en las canchas; a la abdicación intempestiva y fulminante de Iker Casillas y sus muchachos de La Roja; a que Chile merecía haber avanzado más; a que Costa Rica fue el palo del campeonato y Pinto le tapó la boca a Carlos Antonio Vélez; a que la selección brasilera ya no es lo que era, el “jogo bonito” sigue brillando por su ausencia; al partido en el que Brasil eliminó injustamente a Colombia de los cuartos de final, ante los ojos atónitos hasta de sus propias barras; al patán pitón que, fungiendo de árbitro, extendió tapete rojo para que el plantel de Scolari ingresara a la ronda semifinal; al “esto duele como un hijuemadre” de James Rodríguez que nos conmovió a todos; a la caballerosidad de David Luiz pidiendo aplausos de su hinchada para James; al 7 por 1 con el que Alemania desenmascaró al equipo anfitrión; al florecimiento de nuestro fútbol (calidad, alegría, decencia), con máximo goleador y reconocimiento de fair play incluidos; a la personificación del DT integral: Pékerman; al balón de oro inmerecido para Messi; al estribillo de que este fue un mundial sorpresivo y, por supuesto, inolvidable; a que Argentina estuvo a la altura de Alemania en la final del campeonato…
Volverán una y otra vez a los intereses políticos que amenazan con apretar el cuello del fútbol; a la corrupción que campea en la Fifa; a los altísimos costos que supuso para Brasil la preparación de este Mundial y a lo poco sostenibles que resultarán casi todas las inversiones faraónicas; al descontento social de los brasileros y a la gran probabilidad de que la señora Dilma no sea reelegida…
Volverán una y otra vez a las crestas de los futbolistas, a los tatuajes, a las zapatillas de colores fosforescentes, a la lista de los más lindos, a las famosas que ofrecieron empelotarse si ganaba la selección de sus afectos…
Etcétera: Pero nada será igual, ya para entonces la camiseta estará cuidadosamente guardada y la magia que nos unió en una sola garganta habrá dado un paso al costado para abrir espacio a la pura y dura realidad; de este y de todos los países.
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