/ Bernardo Gómez
James Aggrey, médico, teólogo, sociólogo y economista, aportó extraordinariamente en el desarrollo del nacionalismo africano y del panafricanismo moderno. Murió en Nueva York en 1927 sin tener el privilegio de ver la independencia de su patria. Pocos años antes, en un encuentro con líderes populares, en el momento en el que se discutía sobre los posibles caminos para la liberación de África de la dominación inglesa y al observar el desánimo y la resignación de algunos de sus coterráneos, Aggrey pidió la palabra y narró la siguiente fábula:
“Érase una vez un campesino que fue a la floresta vecina a coger un pájaro para mantenerlo encerrado en su casa. Consiguió una cría de águila. La puso en el gallinero con las gallinas. Comía maíz y la ración propia para las gallinas. Aunque el águila fuese el rey y la reina de todos los pájaros. Después de cinco años, este hombre recibió en su casa la visita de un naturalista. En cuanto paseaban por el jardín, dijo el naturalista:
–Ese pájaro de ahí no es una gallina. Es un águila.
–Cierto –dijo el campesino–. Es un águila. Se transformó en gallina como las otras, a pesar de las alas de casi tres metros de extensión.
–No –insistió el naturalista–. Es y será siempre un águila, pues tiene un corazón de águila. Este corazón la hará un día volar a las alturas.
–No, no –insistió el campesino–. Se convirtió en gallina y jamás volará como águila.
Entonces decidieron hacer una prueba. El naturalista tomó al águila, la levantó muy alto y desafiándola, dijo: –Ya que eres de hecho un águila, ya que perteneces al cielo y no a la tierra, entonces, ¡extiende tus alas y vuela! El águila se posó sobre el brazo extendido del naturalista. Miraba distraídamente alrededor. Vio a las gallinas abajo, revolviendo los granos. Y saltó junto a ellas. El campesino comentó:
–Ya le dije, ¡se convirtió en una simple gallina!
–No –insistió el naturalista–. Es un águila. Y un águila será siempre un águila. Vamos a probar nuevamente mañana. Al día siguiente el naturalista subió con el águila al techo de la casa. Le susurró: –Águila, puesto que eres un águila, ¡abre tus alas y vuela! Pero cuando el águila vio allí abajo a las gallinas, revolviendo el suelo, saltó y se fue junto a ellas. El campesino sonrió y volvió a la carga: –Yo ya se lo había dicho. ¡Se convirtió en gallina!
–No –respondió firmemente el naturalista–. Es águila, poseerá siempre corazón de águila. Vamos a intentarlo todavía una última vez. Mañana la haré volar.
Al día siguiente el naturalista y el campesino se levantaron muy temprano. Cogieron el águila, la llevaron fuera de la ciudad, lejos de las casas de los hombres, en lo alto de una montaña. El sol naciente doraba los picos de las montañas. El naturalista levantó el águila en alto y le ordenó: – ¡Águila, ya que eres un águila, ya que perteneces al cielo y no a la tierra, abre tus alas y vuela! El águila miró alrededor. Temblaba como si experimentase una nueva vida. Pero no emprendió el vuelo. Entonces el naturalista le aseguró firmemente, muy en la dirección del sol, para que sus ojos pudiesen llenarse de la claridad solar y de la inmensidad del horizonte. En ese momento ella abrió sus potentes alas, graznó con el típico ‘kau-kau’ de las águilas y se irguió, soberana, sobre sí misma. Y comenzó a volar, a volar hacia lo alto, a volar cada vez más alto, más y más, hasta confundirse con el azul del firmamento”.
Y Aggrey terminó su intervención con estas palabras: “¡Hermanos y hermanas compatriotas! ¡Nosotros fuimos creados a imagen y semejanza de Dios! Pero hubo personas que nos hicieron pensar que somos gallinas. Y muchos todavía pensamos que somos efectivamente gallinas. Pero somos águilas. Por eso abramos las alas y volemos como las águilas. Jamás nos contentaremos con los granos que nos arrojen a los pies para rebuscar en la tierra”.
¡Qué bien nos caen estas palabras! También depende hoy de cada uno de nosotros seguir en la comodidad del gallinero o aventurarnos a volar hacia la hermosura y majestuosidad del firmamento.
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