Y, bueno…, vamos bajando la cuesta que arriba en mi calle se acabó la fiesta, cantaría Serrat. Ya el metrocable, los parques biblioteca, las escaleras eléctricas, se quedaron sin visitantes boquiabiertos, sin flashes de cámaras, sin corresponsales extranjeros. Ya…, vuelve el pobre a su pobreza, vuelve el rico a su riqueza y el señor cura a sus misas, también cantaría Serrat. (Y…, vuelven las exageraciones a sus crudas realidades, cantaría yo si cantara). El atractivo turístico de estas y otras innovaciones, después de varios días de estrellato, se repliega bajo su verdadero objetivo: hacer más amable la ciudad para los ciudadanos que la habitan. Es decir, “lo de mostrar” recupera su vocación de servicio, sobre todo para las miles y miles de personas que cargan sobre sus hombros el peso de una lucha desigual por la supervivencia.
Pues sí, se acabó el Foro Urbano Mundial (WUF7), empató con las vacaciones de Semana Santa y apenas ahora se abre el telón de la verdadera función, la que se libra diariamente en nuestros barrios, lejos de los aplausos y los reflectores. Las autoridades están felices y tienen por qué estarlo, hasta el sol resplandeciente contribuyó a que el evento fuera inmejorable (el evento, digo, no sabemos si los resultados). Por una semana nos convertimos en una especie de Torre de Babel, urbe cosmopolita se le dice ahora: distintas lenguas, distintos colores de piel, distintas procedencias y experiencias, distintos intereses, confluyeron alrededor de una inquietud que pareciera tan obvia, pero que apenas, desde hace poco tiempo, desvela a gobernantes, urbanistas, antropólogos sociales, organismos internacionales del mundo entero: construir asentamientos humanos con y para los seres humanos.
Me acerqué durante esos días a conocer algunas de las experiencias de recuperación del hábitat que han tenido o están teniendo lugar en regiones muy distantes del planeta y concluí que no todo está perdido en esta humanidad desequilibrada. Igual en Medellín. Constatar que se están haciendo cosas, que hay dirigentes comprometidos en ayudar a cerrar la brecha y que hay gente, mucha gente que no sale en los periódicos ni en la televisión, que se está dejando la piel porque en esta ciudad quepamos todos de manera más armónica, invita a cualquiera a ser parte de la solución. Pero –siempre el bendito “pero”, qué vamos a hacer–, la experiencia nos ha demostrado que una vez pasada la euforia son muy pocos los propósitos que se cumplen. Si se cumplieran siquiera la mitad, viviríamos en el auténtico paraíso. Con la cantidad de cumbres, objetivos de milenio, compromisos, observatorios, diagnósticos, propuestas, foros que se celebran aquí y allá… No tenemos que ser negativos para ser escépticos. Con estar atentos y tener memoria, basta y sobra.
Mejor dicho, si –y solo si–, expresiones tan de moda últimamente para adornar textos y conferencias, incluso entrevistas, del estilo: apuesta transversal, urbe inteligente, transporte articulado, componente social, estrategias multifacéticas, movilidad sostenible, dignificación de los más vulnerables, etcétera y etcétera, logran encontrar traducción en el diario vivir de la gente –empezando por la que ni siquiera se enteró puesto que en nada se siente beneficiada–, el Foro Urbano Mundial habrá aportado su granito de arena. De lo contrario, muchas relaciones públicas, mucho intercambio de tarjetas personales, mucha vitrina oficial y nada más. Vamos bajando la cuesta… Que cuando en Medellín llueve, no llueve más bonito que en otras partes, así nos diera por levantar el pulgar en las redes sociales para crear el dogma.
Etcétera: Ahora sí, ¡a la ropa de trabajo! No para ganar concursos, que para eso somos los mejores, ya lo hemos demostrado, sino para que Medellín –la que cada mañana nos devuelve el espejo–, algún día, llegue a ser una ciudad para la vida. Cuando nos miran y cuando no, también. En especial, cuando no.
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