8 – 18

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Pues bien, para quienes tengan en sus planes de vacaciones visitar el Corralito de Piedra y deseen satisfacer sus jugos gástricos en un restaurante de categoría, desde ya les aconsejo que tengan muy en cuenta este numérico nombre el cual corresponde a un pequeño restaurante en la Ciudad Vieja cuya calidad es admirable. La primera vez que oí hablar de este lugar fue hace 4 meses en el III Congreso Gastronómico de Popayán, ya que su propietario era uno de los invitados a participar en el Encuentro de Chefs Jóvenes de Colombia, que se realiza cada año en dicho congreso. Quienes amamos la buena mesa, sabemos muy bien que en este encuentro siempre aparecen los más destacados chefs de la nueva generación, quienes deben presentar ante el público no solo su cocina, sino su filosofía del oficio como cocinero. Allí estaba un joven tolimense de no más de 27 años, quien con su oferta culinaria y su discurso me dejó boquiabierta. ¿Su nombre? Juan Felipe Camacho, ¿su experiencia? nueve años en Europa, trabajando en fogones bajo la dirección de los más renombrados chefs del momento. No se vaya a pensar que fui conquistada por la juventud y buenamozura del muchacho, pues en asuntos de cocina y gastronomía nunca mezclo mi pasión con el apetito; la verdad sea dicha, me convenció la sencillez absoluta de su propuesta culinaria ajena a fusiones y movimientos de vanguardia y más aún su manera de sustentar sus opiniones culinarias, en un lenguaje totalmente peatonal, es decir, sencillo y con profundo criterio en sus opiniones.

La semana pasada fui invitada al Segundo Festival Gastronómico de Cocinas del Caribe en Cartagena y ni corta ni perezosa, en un día de descanso me fui a almorzar al 8 – 18 con el fin de constatar si todo lo dicho por este joven chef en Popayán lo estaba poniendo en práctica. Llegué hacia la una de la tarde con un hambre que trinaba. Como fumadora empedernida que soy, solicité ubicación en mesa con cenicero y saboreándome un refrigerado jerez me di a la tarea de estudiar detenidamente la carta. Quería pedir de todo, pues las propuestas de entradas y platos fuertes eran absolutamente sugestivas; sin embargo, por mi mente y por mi estómago todavía resonaba la minuciosa descripción de la especialidad de la casa, relatada con lujo de detalles en Popayán en aquel evento del mes de agosto. Sucumbí en el recuerdo: pedí el rabo de buey al horno (especialidad de la cocina gallega), no sin antes aventurarme en una entrada fría de salmón tártaro. Fue tanto el deleite que tuve con estos dos platos, que en el primer servicio el mesero se confundió creyendo no haberme llevado aún mi solicitud, pues con la ayuda de un magnífico pan de miga dejé el plato más brillante que recién salido de la máquina de lavado. Saboreé hasta el fondo cada uno de mis bocados de un salmón picado a mano (no pasado por máquina) con milimétrico porcionamiento y entreverado con granitos de maíz y briznas de eneldo y zumo de limón; pero mis ojos y mis tripas se regodearon hasta más no poder ante la presencia de un oscuro y aromático rabo de buey servido sobre un cremoso puré de papas, el cual desaparecí del plato como si fuera algodón dulce. No comí postre, me encontraba reverenda.

Da gusto encontrar en este país gentes y lugares como 8-18. Una vez más se trata de un pequeño restaurante (10 mesas) muy bien montado, tanto en su propuesta de oferta gastronómica, como de atmósfera interior. Aconsejo a quienes me paren bolas con esta crónica, hacer reservación de mesa con antelación, pues el comentario de la buena calidad de este restaurante está circulando desde hace unos meses por todos los mentideros gastronómicos del país.


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