Leemos en público, pero en silencio. Leemos por interés, aunque seamos los más caritativos de la urbanización. Leemos sin pensar en los demás. Leemos para dejar de ser lo que somos. Leemos solos, por más que estemos en un vagón del metro. Leemos por el simple gusto de darnos gusto.
¿Leer nos vuelve mejores seres humanos? Saquen sus propias conclusiones: dicen que el Obersturmbannführer del campo de exterminio de Auschwitz leía con fervor al poeta Heinrich Heine mientras en los hornos crematorios bajo su mando eran incinerados los cadáveres de miles de judíos. Con similar candidez pensamos que el mundo mejorará si más gente se dedica a leer. Harold Bloom, en Cómo leer y por qué, toma “con gran cautela cualquier argumento que vincule los placeres de la lectura solitaria al bien público.” Porque, a fin de cuentas, leemos lo que nos da la (reverenda) gana…
Hace poco le pregunté a los asistentes a una terturlia literaria qué estaban leyendo. Las respuestas fueron heterogéneas. Tomás Carrasquilla. ¿La marquesa de Yolombó? Sí, y también Frutos de mi tierra. Sándor Márai. Roth. ¿Philip Roth? No, Joseph Roth. Marguerite Yourcenar y Las memorias de Adriano. John Kennedy Toole. ¡Wow! La conjura de los necios. Andrés Caicedo y Qué viva la música. Georges Perec y La vida instrucciones de uso. Un par de librotes de Ken Follet: Los pilares de la tierra y Un mundo sin fin. Italo Calvino: Si una noche de invierno un viajero. Yo estoy leyendo Madame Bovary, de Gustave Flaubert. Don Quijote, la más de las veces (¡!). Rafael Baena. Evelio José Rosero. Mientras agonizo, de William Faulkner. ¿Y tú? Stephen King. ¿Qué? Todo, parce, ¡todo! Porque leer es un placer egoísta y solitario. Dicho con exageración, leer es un goce onanista. O casi, no se vayan a enojar conmigo los puros y castos de esta comarca.
* Día tras día: ¿Cuál es la efeméride literaria de la semana? El 14 de junio de 1986 murió en Ginebra (Suiza) Jorge Francisco Isidoro Luis Borges Acevedo. El primer cuento que leí de Borges fue Tlön, Uqbar, Orbis Tertius, en El jardín de senderos que se bifurcan, 1941, y después en Ficciones, de 1944. El destino no pudo depararme un relato más azaroso, misterio de misterios. Confieso mi inocencia, es decir, mi ignorancia: tuve que leerlo dos o tres veces antes de medio entender algo sobre el enciclopédico laberinto (la palabra idónea para aludir a la obra de Borges) de ese planeta errante y desconocido. Aunque entonces Cortázar me parecía menos etéreo, Borges me engatusó sin remedio, y ya no paré de gozar con sus ensayos, poemas y relatos, dicha que comparto ahora con ustedes copiándoles aquí Le Regret d’Héraclite, un cántico de amor inmaculado: “Yo, que tantos hombres he sido, no he sido nunca / aquel en cuyo abrazo desfallecía Matilde Urbach”. ¿Ah? ¡Sublime!
** Body copy: “El lector se sabe diferente, se sabe distinto, se sabe otro. El riesgo es la soberbia, la erudición ridícula y, en sus extremos peores, el desdén, el desprecio o la arrogante compasión por los que no leen, por los no lectores. Saberse otro, gracias a los libros, no da ningún derecho a creer que los que no leen libros están fuera de nuestro mundo y no son válidos como interlocutores. En tanto más se crea esto, menos se habrá comprendido la noble lección de los libros nobles. Saberse otro, gracias a los libros, tendría que engendrar un sentimiento de mayor tolerancia y no uno de segregación y de distanciamiento en relación con los demás.”
Juan Domingo Argüelles. Ustedes que leen, 2006.
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