Ya vivíamos en el futuro. Lo predecíamos desde mucho antes porque nuestra mente, cómoda y con muy buena memoria nos condicionaba el cuerpo y las emociones antes de que los eventos mismos sucedieran. El pasado era familiar, el futuro era predecible y el presente… el presente era desconocido. Por eso lo ignorábamos. Por eso anticipábamos tanto nuestra vida al punto que la dejamos de vivir.
Y llegó el día en que la naturaleza misma nos puso en jaque. Y no nos dio más opción que parar y esperar por esa vida que habíamos dejado atrás. Entonces nos tocó, sin querer, enfrentar el presente y no supimos qué hacer. La mente, incómoda, buscaba salidas que se le hicieran conocidas, pero todo era nuevo. El futuro predecible se nos esfumó.
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No hay que romantizar la situación. El aislamiento, también, es cuestión de privilegio. Y no saldrán victoriosos los que más dinero tienen, o los que más salud tienen, o los que más espacio tienen. Saldrán victoriosos quienes sepan entregarse y confiar en lo desconocido del presente generoso; los que dejan fluir, los que se dejan reacomodar porque confían que los obstáculos son solo desvíos hacia el camino correcto.
Esta es mi tercera cuarentena, pero la primera que vivo desde la abundancia y la primera en la que puedo estar a menos de dos metros de quienes viven conmigo. Por esto, creo que tengo algo de criterio cuando digo: respiren. La mejor forma de salvar el mundo es conectándonos de nuevo con él.
Por: Juliana Echeverri Gutiérrez
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