En su libro Decir no no basta, Naomi Klein dice que “la política odia el vacío: si no ha llenado de esperanza, habrá quien la llene de miedo”. Veo otra relación: cuando el miedo abunda, la esperanza puede servir para inspirar a las personas a superar los retos que las agobian… o para manipularlas, cuestión de graves implicaciones éticas.
Daniel Quintero mantuvo fijado durante mucho tiempo el tuit con el que celebró haber sido elegido alcalde de Medellín: “La esperanza derrotó al miedo”. Él, supuestamente, representaba la esperanza; pero basta un análisis rápido para notar que, en realidad, lo fundamental de su estrategia ha sido el miedo: la imagen de una Medellín condenada al apocalipsis. Y con esa imagen llegó una mentira conducente a la manipulación de la esperanza: que él y sus hijos políticos son quienes van a salvar la ciudad.
En Medellín no hemos estado a la altura de nuestros desafíos. A pesar de los avances, en esta ciudad han perdurado retos de gran envergadura que ponen en riesgo los logros alcanzados. Nos ha faltado unirnos más, conversar más, trabajar más juntos (y más en pro de los más vulnerables). Nos ha faltado ser más, hacer más y dar más –como ciudadanía, como academia, como empresa, como gobierno, como sociedad– para enfrentar la corrupción, la pobreza, el hambre, la desigualdad, la tristeza, la violencia, la degradación ambiental. Los productos de estas negligencias y estas faltas de empatía son los ingredientes que Quintero usó en exceso en su receta para el miedo. Y a partir de ahí sirvió su falso plato de esperanza (su peor mentira y manipulación), que consiste en un despliegue comunicativo hinchado (¿algo le aprendió a Fico?) para hacerle creer a la ciudadanía que él y su equipo están trabajando para enfrentar los dolores de ciudad, cuando la realidad nos muestra unos niños con hambre, otros con techos de colegios encima, un centro de la ciudad maloliente y olvidado, una “Ecociudad” fallida, una creciente de escándalos de corrupción, etc. Si miramos hacia atrás vemos al fondo una ciudad con grandes retos y, más cerca, a un gobernante (en uno de esos ridículos disfraces de superhéroe) que no ha hecho sino empeorar las cosas. ¿Hay esperanza?
La RAE define la esperanza como el estado de ánimo “que surge cuando se presenta como alcanzable lo que se desea”. O sea: no se trata solo de ver en el horizonte aquello que se anhela, sino también de ver el camino que hacia allí conduce o, por lo menos, de creer que tiene sentido esforzarse para abrirlo. La esperanza, entonces, necesita asidero, algo de qué aferrarse. Así suene a cliché, Medellín tiene ese asidero en su gente: en una parte de la ciudadanía que trabaja de diversas formas por el bienestar de los otros; en funcionarios que, sin importar el gobierno de turno, hacen su labor correctamente; en personas que desde su empresa buscan aportarle a la ciudad; en docentes y estudiantes que comprenden que la educación está al servicio de la sociedad. Hay una historia reciente de cooperación entre actores y sectores para afrontar las profundas crisis que la ciudad ha atravesado. Eso es lo que hay que multiplicar. Se han cometido errores –no pocos–, pero esto no quiere decir que el modelo sea fallido: ¡hay que seguir tejiendo sociedad!
Ñapa: Rabindranath Tagore advirtió que “la peor forma de esclavitud es la falta de esperanza, que encadena a las personas a la pérdida de fe en sí mismas”. Vienen elecciones: no nos la dejemos robar… ni que nos manipulen con ella.