“Los dioses nos dan muchas sorpresas: lo esperado no se cumple y para lo inesperado un dios abre la puerta”: Eurípides.
La incertidumbre es la falta de certeza, un estado de conocimiento limitado donde es imposible describir exactamente el estado existente, un resultado futuro o más de un resultado posible.
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Los humanos tenemos la asombrosa capacidad de olvidar que una de las pocas certezas con las que se pueden contar a lo largo de la vida es que nuestra vida va cambiando. Cuando los acontecimientos dan un giro inesperado, tendemos a sentirnos abrumados por la incertidumbre, así cada resultado pueda ofrecer más y mejores posibilidades futuras.
La vida está llena de imprevistos y la seguridad que se anhela es una gran ilusión. Cuando tenemos que modificar o abandonar la rutina diaria que nos mantiene cómodos y seguros, sobrevienen un mayor estrés y ansiedad. Sin embargo, como ya se ha demostrado, justamente es a partir de esos imprevistos cuando se potencia la creatividad. Siempre se cita el ejemplo de cómo el conductor que realiza siempre la misma ruta corre el riesgo de
dormirse por falta de estímulos y sufrir un accidente; enfrentarse a situaciones sobrevinientes nos impulsa a sacar lo mejor de nosotros mismos, pues nuestra mente y los cinco sentidos están permanentemente dispuestos a aprender en y desde ese mundo desconocido. La incertidumbre es una oportunidad para crecer.
Siempre estamos tratando de controlarlo todo, pero es mucho mejor y más saludable estar dispuestos a esperar lo inesperado. En vez de sucumbir al miedo -una de las fuerzas más deshumanizadoras, dice la filósofa Beatriz Restrepo Gallego-, si aceptamos que la vida es cambio y una sorpresa constante, vamos a saber navegar en esta corriente de nuevas posibilidades que nos lleva al futuro.
Dice Edgar Morin: “Aún no hemos incorporado en nosotros el mensaje de Eurípides que es esperar lo inesperado”; y también plantea que, frente a la incertidumbre y lo imprevisto, frente a la trama compleja de orden, desorden y organización que nos constituye, existe una crisis de entendimiento, y nos propone tratar de resolver esta disociación a través de la reforma del pensamiento. Esa reforma es la que corresponde emprender a la mayor brevedad a la familia y las instituciones educativas, insistiendo en el pensamiento crítico ahora que la pandemia nos ha puesto de frente la incertidumbre.
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La incertidumbre “sana” es una cualidad: indagar, preguntar y confrontar son parte de su esencia; dosis “adecuadas” construyen, se entrecomillan “sana” y “adecuadas” para denotar que su exceso paraliza y no conduce a nada, dice el médico y profesor Alfredo Kraus. La incertidumbre es una actitud y cualidad emparentada con la ética, quienes dudan y buscan conocer el sustento de ambas, ejercen la autocrítica, conocen sus limitaciones y poseen una dosis de humildad que se suma a la honestidad y transparencia.
La multiplicación actual del desarrollo tecnológico y los medios para conseguirlo, han llevado al extremo la indeterminación, incertidumbre, que ha sido propia de la conducta humana, dicho en otros términos, ha ensanchado los límites de nuestra libertad, llevando al capítulo de lo posible aquello que en un pasado remoto o reciente, era imposible aunque necesario.
Esa creciente libertad ahora y a partir de la incertidumbre, lógicamente se refleja en la vida moral y la ética. “La incertidumbre está en todos los niveles, y no desaparece por firme y fiable que sea la investigación y las pruebas de que se disponen.
Ahora bien, es duro entender y, sobre todo, manifestar dicha incertidumbre como incertidumbre científica. Dicho de otro modo, esa duda no puede ser científica, tiene que ser moral” dice Victoria Camps, quien además plantea que la incertidumbre en la que vivimos y el elegir libremente las respuestas y acciones a tomar hacen parte fundamental de lo ético-moral.