La obra que elegimos para la portada que cierra el año 2022 representa, en una técnica que reúne la acuarela y el collage, la exuberancia y la belleza del sietecueros (Tibouchina).
Cuando en el siglo XVII algunos artistas empezaron a representar paisajes y objetos cotidianos, no fue claro que se iniciaba una profunda revolución en el ejercicio de la pintura y en la concepción del arte. Habrá que esperar hasta el siglo XIX para que se perciban las implicaciones de ese cambio. El arte, que había centrado su atención en temas mitológicos, religiosos e históricos con base en la representación de la figura humana, se volcaba ahora a las realidades del mundo natural.
Con frecuencia se busca en el Impresionismo el momento clave de esa transformación. Sin embargo, en esos cuadros maravillosos encontramos sobre todo el final de las antiguas tradiciones, más que el comienzo de una nueva forma de hacer arte. Es cierto que en ellos predomina la pintura de paisaje, pero es igualmente claro que, por encima de la naturaleza, importan los efectos de la luz y los colores en la mirada del artista, que sigue siendo, de esa manera, el centro del mundo: la realidad existe porque el artista la percibe.
No se puede desconocer que, a finales del XIX, artistas como Cézanne, Van Gogh y Gauguin abrieron nuevos espacios. Pero tras la Segunda Guerra Mundial, cuando la conciencia de la barbarie revela la crisis de la confianza en la razón humana, las artes empiezan a buscar en el mundo natural y social las posibilidades de emprender la construcción de un nuevo humanismo, menos prepotente, más responsable. Aparecen entonces poéticas conscientes de que existen porque la realidad las hace posibles y es esta, por tanto, y no el punto de vista del artista, el centro de gravedad de la obra. Y en ese contexto, dentro de las múltiples alternativas que desarrolla el arte contemporáneo, se despliegan nuevas formas de paisajes.
Un planteamiento de este tipo se encuentra a la base de la obra de Victoria María Cárdenas Londoño (Medellín, 1969, en Instagram @en.boscada). El paisajista tradicional se plantaba con sus pinceles frente al panorama que quería representar y desde su ubicación definía espacios y distancias; el resultado es una pintura que, en definitiva, es más importante y trascendental que el paisaje mismo (admiramos los cuadros impresionistas, pero parecería insignificante inquietarse por el destino actual de los lugares que los inspiraron). Victoria María Cárdenas, por el contrario, crea sus trabajos a partir del contacto directo con el bosque nativo y con las plantas que cuida, conoce y estudia: no impone un espacio propio, sino que asume la realidad enmarañada del bosque y lo presenta desde dentro.
Es un gesto creativo que tiene profundas implicaciones poéticas, en el proceso de producción de la obra y en sus propuestas de reflexión.
Victoria María Cárdenas recuerda siempre los versos fascinantes de Fernando Pessoa: “El verde de los árboles es parte del rojo de mi sangre”. Se trata del reconocimiento de la centralidad del ambiente natural, soporte indispensable de la vida de nuestro propio cuerpo y no simplemente algo que podemos contemplar. Por eso, en obras como estas se completa la revolución conceptual que se inició con la aparición del paisaje hace casi cuatro siglos.
Pero se trata también de una revolución formal. Como la artista se ubica literalmente dentro del bosque, porque esa es la sangre de su vida y de su obra, desaparece la perspectiva y todos los elementos se presentan en primer plano, es decir, en una relación directa, sin mediaciones racionales.
También la relación directa está presente en el proceso de producción. Se inicia con el descubrimiento y selección de una planta, por ejemplo, el sietecueros (Tibouchina); la dibuja, estudia en profundidad, documenta y toma muestras que diseca. El trabajo final reúne la pintura a la acuarela de la planta y todo el resultado del estudio en forma de collage: así, se hace presente (no representada) la realidad del bosque y la conexión con él, vivida por la artista.
Paisajes insólitos que, en su sencillez poética, albergan también una profunda crítica al ataque inmisericorde e irresponsable contra la naturaleza, generado por las actividades humanas.